[...] y, cuando las lilas empezaban a florecer, nos dimos el primer tímido beso. Pero era lo que nosotros, niños, podíamos darnos, y nuestro beso era todavía sin ardor ni plenitud, [...] pero todo era nuestro, todo aquello de que éramos capaces en amor y alegría; y con todo tímido contacto, con toda frase de amor sin madurar, con toda temerosa espera, aprendíamos una nueva dicha, subíamos un pequeño peldaño en la escala del amor.
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