Nuestra vida se basa en decisiones. A cada minuto tomamos decisiones. Algunas pasan como velos; otras arraigan y definen nuestra existencia. Tus decisiones dispusieron mi vida.
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Nuestra vida se basa en decisiones. A cada minuto tomamos decisiones. Algunas pasan como velos; otras arraigan y definen nuestra existencia. Tus decisiones dispusieron mi vida.
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Yo tengo muchos pájaros en la cabeza, lo reconozco, nací con ellos, por eso siempre he pensado que solo existe una persona (o dos, como mucho) en el mundo con la que conectas a un nivel astronómico (en el aspecto romántico, me refiero). En plan CLIC. Y luego hay miles de personas con las que conectas sin más. En plan clic. Los clic son felices juntos, pero los CLIC... son palabras mayores. Los CLIC viven el viaje de su vida. River es mi CLIC. O lo era.
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Dicen por ahí que la vida puede cambiar de manera radical en un segundo. Que uno mismo es capaz de trastocarla, por ejemplo, con la toma de una sola decisión. Que esa decisión puede brotar, crecer, completarse o perfeccionarse en la mente humana durante horas, días o años, pero que el clic solo dura un segundo. Y ¿qué es un segundo?
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Tal no es tan fácil odiar después de haber amado.
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Nunca se está preparado para las bofetadas que te da la vida sin esperártelas. Ni siquiera para las caricias.
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El amor no desaparece en veinte horas. Se estropea, se transforma, se envenena. Pero no muere. Al amor no se le puede matar. Ni siquiera se puede luchar contra él; sería una batalla perdida desde antes de empezar. Para matar al amor, hay que hacerlo lentamente. Hay que hacerlo con frialdad.
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Para matar al amor, hay que hacerlo lentamente. Hay que hacerlo con frialdad. Y ella, en esos momentos, ardía demasiado.
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¿Se puede amar un nombre y odiar a la persona a la que le pertenece? Porque después de todo lo que ha pasado entre nosotros, sigo pensando que es el nombre más bonito que he pronunciado en mi vida.
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El retrato de Dorian Gray