—Eres único entre los casi ocho mil millones de personas que vivimos en este mundo. Y yo he tenido la suerte de mi vida al encontrarte.
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—Eres único entre los casi ocho mil millones de personas que vivimos en este mundo. Y yo he tenido la suerte de mi vida al encontrarte.
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—Cata, escúchame. Este es el último minuto de nuestras vidas. Prepárate. —Lo miro. No lo comprendo—. El último minuto de nuestras vidas antes de que seas mamá. Le veo la cabeza, Cata. Ya viene.
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Nunca me he parado a pensar en la caducidad de los besos. O en su desgaste, mejor dicho. Besar cada día, a cada hora, a la misma persona puede provocar que uno se sacie. O que se canse. No de amarla, pero sí de esa necesidad de tocar sus labios con los suyos. Como un chupachups. Lo chupas y te vas colmando de su sabor. Y una vez que lo acabas, te quedas saciado.
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—Yo no sé si ahí dentro llevas un bebé o un dinosaurio. Mi marido y sus dinosaurios. Yo me lo como a él. Cuando se me pase el mosqueo. |
Tengo tanta hambre ahora mismo que podría comerme la Torre Eiffel cubierta de chocolate y vainilla.
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—Esa baba, veterinario, que nos inundas el backstage.
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Para mí, Dylan es como el verano. Siempre me apetece. Me apetece todo él. Tocarlo. Besarlo. Sentirlo. Amarlo.
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Puede que Dylan Carbonell sea Dylan Carbonell. Pero para mí es mi marido.
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¿Qué criaturas mágicas podemos encontrar en Gringotts, el banco de magos?