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ISBN : 842399872X
448 páginas
Editorial: Austral (30/11/-1)

Calificación promedio : 4/5 (sobre 1 calificaciones)
Resumen:
José de Epronceda nació por azar en Almendralejo en 1808 y murió en Madrid en 1842. Encarnó la rebelión moral y religiosa que se conoce como titanismo; participó en la revolución liberal durante el reinado de Fernando VII y la minoría de edad de Isabel II, y militó en la naciente tendencia demócrata y republicana; fue diputado y periodista, y combatió la desamortización de Mendizábal defendiendo los intereses del proletariado agrícola. Ya en vida se convirtió en una... >Voir plus
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Juliiann0Juliiann009 December 2021
A una estrella

¿Quién eres tú, lucero misterioso,
tímido y triste entre luceros mil,
que cuando miro tu esplendor dudoso,
turbado siento el corazón latir?
¿Es acaso tu luz recuerdo triste
de otro antiguo perdido resplandor,
cuando engañado como yo creíste
eterna tu ventura que pasó?
Tal vez con sueños de oro la esperanza
acarició tu pura juventud,
y gloria y paz y amor y venturanza
vertió en el mundo tu primera luz.
Y al primer triunfo del amor primero
que embalsamó en aromas el Edén,
luciste acaso, mágico lucero,
protector del misterio y del placer.
Y era tu luz voluptuosa y tierna
la que entre flores resbalando allí,
inspiraba en el alma un ansia eterna
de amor perpetuo de placer sin fin.
Mas, ¡ay!, que luego el bien y la alegría
en llanto y desventura se trocó:
tu esplendor empañó niebla sombría;
sólo un recuerdo al corazón quedó.
Y ahora melancólico me miras
y tu rayo es un dardo de pesar:
si amor aún al corazón inspira,
es un amor sin esperanza ya.
¡Ay, lucero!, yo te vi
resplandecer en mi frente,
cuando palpitar sentí
mi corazón dulcemente
con amante frenesí.
Tu faz entonces lucía
con más brillante fulgor,
mientras yo me prometía
que jamás se apagaría
para mí tu resplandor.
¿Quién aquel brillo radiante,
¡Oh, lucero!, te robó,
que oscureció tu semblante,
y a mi pecho arrebató
la dicha en aquel instante?
¿O acaso tú siempre así
brillaste y en mi ilusión
yo aquel esplendor te di
que amaba mi corazón,
lucero, cuando te vi?
Una mujer adoré
que imaginara yo un cielo;
mi gloria en ella cifré;
y de un luminoso velo
en mi ilusión la adorné.
Y tú fuiste la aureola
que iluminaba su frente,
cual los aires arrebola
el fúlgido sol naciente,
y el puro azul tornasola.
Y astro de dicha y amores,
se deslizaba mi vida
a la luz de tus fulgores,
por fácil senda florida,
bajo un cielo de colores.
Tantas dulces alegrías,
tantos mágicos ensueños
¿dónde fueron?
Tan alegres fantasías,
deleites tan halagüeños,
¿Qué se hicieron?
Huyeron con mi ilusión
para nunca más tornar,
y pasaron,
y sólo en mi corazón
recuerdos, llanto y pesar,
¡ay!, dejaron.
¡Ah, lucero!, tú perdiste
también tu puro fulgor,
Y lloraste;
también como yo sufriste,
y el crudo arpón del dolor,
¡ay!, probaste.
¡Infeliz!, ¿por qué volví
de mis sueños de ventura
para hallar
luto y tinieblas en ti,
y lágrimas de amargura
que enjugar?
Pero tú conmigo lloras,
que eres el ángel caído
del dolor,
y piedad llorando imploras,
y recuerdas tu perdido
resplandor.
Lucero, si mi quebranto
oyes, y sufres cual yo,
¡ay!, juntemos
nuestras quejas, nuestro llanto:
pues nuestra gloria pasó
juntos lloremos.
Mas hoy miro tu luz casi apagada,
y un vago padecer mi pecho siente:
que está mi alma de sufrir cansada,
seca ya de las lágrimas la fuente.
¡Quién sabe!..., tú recobrarás acaso
otra vez tu pasado resplandor,
a ti tal vez te anunciará tu ocaso
un oriente más puro que el del sol.
A mí tan sólo penas y amargura
me quedan en el valle de la vida;
como un sueño pasó mi infancia pura,
se agosta ya mi juventud florida.
Astro sé tú de candidez y amores
para el que luz te preste en su ilusión,
y ornado el porvenir de blancas flores,
sienta latir de amor su corazón.
Yo indiferente sigo mi camino
a merced de los vientos y la mar,
y entregado en los brazos del destino,
no me importa salvarme o zozobrar.
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Juliiann0Juliiann009 December 2021
El verdugo

De los hombres lanzado al desprecio,
de su crimen la víctima fui,
y se evitan de odiarse a sí mismos,
fulminando sus odios en mí.
Y su rencor
al poner en mi mano, me hicieron
su vengador;
y se dijeron:
“que nuestra vergüenza común caiga en él;
se marque en su frente nuestra maldición;
su pan amasado con sangre y hiel,
su escudo con armas de eterno baldón
sean la herencia
que legue al hijo,
el que maldijo
la Sociedad.”
¡Y de mí huyeron,
de sus culpas el manto me echaron,
y mi llanto y mi voz escucharon
sin piedad!
Al que muere condena le ensalzan…
¿Quién al hombre del hombre hizo juez?
¿Qué no es hombre ni siente el verdugo
imaginan los hombres tal vez?
¡Y ellos no ven
que yo soy de la imagen divina
copia también!
Y cual dañina
fiera a que arrojan un triste animal.
Que ya entre sus dientes se siente crujir,
así a mí, instrumento del genio del mal,
me arrojan el hombre que traen a morir.
Y ellos son justos,
yo soy maldito;
yo sin delito
soy criminal:
mirad al hombre
que me paga una muerte, el dinero
me echa al suelo con rostro altanero,
¡A mí, su igual!
El momento que quiebra los huesos
y del reo el histérico ¡ay!
y el crujir de los nervios rompidos
bajo el golpe del hacha que cae,
son mi placer.
Y al rumor que en las piedras rodando
hace, al caer,
del triste saltando
la hirviente cabeza de sangre en su mar,
allí entre el bullicio del pueblo feroz
mi frente serena contemplan brillar,
tremenda, radiante con júbilo atroz.
Que de los hombres
en mí respira
toda la ira,
todo el rencor:
que a mí pasaron
la crueldad de sus almas impía,
y al cumplir su venganza y la mía,
gozo en mi horror.
Ya más alto que el grande que altivo
con sus plantas hollara la ley
al verdugo los pueblos miraron,
y mecido en los hombros de un rey:
y en él se hartó
embriagado de gozo aquel día
cuando expiró;
y su alegría
su esposa y sus hijos pudieron notar;
que en vez de la densa tiniebla de horror,
miraron la risa su labio amargar,
lanzando sus ojos fatal resplandor.
Que el verdugo
con su encono
sobre el trono
se asentó:
y aquel pueblo
que tan alto se alzara bramando,
otro rey de venganzas, temblando,
en él miró.
En mí vive la historia del mundo
que el destino con sangre escribió,
y en sus páginas rojas Dios mismo
mi figura imponente grabó.
La eternidad
ha tragado cien siglos y ciento,
y la maldad
su monumento
en mí todavía contempla existir
y en vano es que el hombre do brota la luz
con viento de orgullo pretenda subir:
¡preside el verdugo los siglos aún!
Y cada gota
que me ensangrienta,
del hombre ostenta
un crimen más,
y yo aún existo,
fiel recuerdo de edades pasadas,
a quien siguen cien sombras airadas
siempre detrás.
¡Oh!, ¿por qué te ha engendrado el verdugo,
tú, hijo mío, tan puro y gentil?
en tu boca la gracia de un ángel
presta gracia a tu risa infantil.
¡Ay!, tu candor,
tu inocencia, tu dulce hermosura
me inspira horror.
¡Oh!, ¿tu ternura,
mujer, a qué gastas con ese infeliz?
¡Oh!, muéstrate madre piadosa con él;
ahógale y piensa será así feliz.
¿Qué importa que el mundo te llame cruel?
¿Mi vil oficio
querrás que siga,
que te maldiga
tal vez querrás?
Piensa que un día
al que hoy miras jugar inocente,
maldecido cual yo y delincuente
también verás!
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Juliiann0Juliiann009 December 2021
Un recuerdo de amor

Sempre al pensier tornavano
Gl’irrevocasi di.
Manzoni

Como la fresca rosa
en la noche serena
todo el ambiente llena
con purísimo olor:
así llena mi pecho
cual bálsamo precioso
un sueño misterioso,
un recuerdo de amor.
Concentrado en sí mismo
mi corazón suspira;
y sin cesar delira,
se muere de dolor,
nunca pensé que el alma
por él sufriera tanto,
que me arrancase llanto
un recuerdo de amor.
Vagando entre ilusiones
ángel cándido crea
un ángel que desea
con inocente ardor,
lo miro, y al mirarte,
pierdo a dulce calma
que me dejó en el alma
un recuerdo de amor.
Cual música suave
la voz del ángel siento;
y me inspira su acento
un fuego abrasador,
así ilusión perdida
me tiene enajenado;
queriendo infortunado
un recuerdo de amor.
Recuerdo delicioso
que en la memoria vives,
y que siempre me sigues
cual ángel bienhechor:
¿no dejes u…
de mostrarme…
el objeto ala…
que cautivo…
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Juliiann0Juliiann009 December 2021
Ante la muerte

Cuando a las puertas de la tumba helada
el hombre lucha con la Parca insana,
viendo vagar el alma entre la nada
y sintiendo morir tal vez mañana;
el hombre entonces desespera en tanto,
de dolor, ¡ay!, vertiendo acerbo llanto.
………………..
“¡Qué pena y qué agonía
el corazón y el pecho me devoran!
¡Cómo siento vacila el alma mía
en la terrible y postrimera hora!”
………………..
Es tan triste morir cuando aún la vida
nos brinda con sus galas y sus flores,
cuando dejamos la mujer querida.
Venturosa cantando sus amores,
que el corazón transido
hasta su mismo Dios le da al olvido.
………………..
¡Dichoso una y mil veces el que muere
en dichas y placeres embriagado,
el que ve en sueños la mujer que adora,
en torno de su pecho enamorado;
porque su alma, gozosa en dicha tanta,
ante el trono de Dios sonríe y canta!
………………..
Yo, queriendo buscar aún anhelante
al ángel celestial que imaginara,
corrí el mundo cual águila rampante
sin encontrar a la mujer que amara
y vagué por desiertos, en los cuales
hasta las mismas flores vierten llanto,
y crucé por inmensos arenales
sin encontrar a la que adoro tanto.
………………..
Y rendido de pena y moribundo
y aun pensando encontrarla todavía,
corrí fogoso en el inmenso mundo,
cual halcón que los aires desafía,
sin que una buena estrella me guiara
al camino que anduvo la que amara.
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Juliiann0Juliiann009 December 2021
El pescador

Pescadorcita mía,
desciende a la ribera,
y escucha placentera
mi cántico de amor;
Sentado en su barquilla,
te canta su cuidado,
cual nunca enamorado
tu tierno pescador.
La noche el cielo encubre
y calla manso el viento,
y el mar sin movimiento
también en calma está:
a mi batel desciende,
mi dulce amada hermosa:
la noche tenebrosa
tu faz alegrará.
Aquí apartados, solos,
sin otros pescadores,
suavísimos amores
Felice te diré.
Y en esos dulces labios
de rosas y claveles
el ambar y las mieles
que vierten libaré.
La mar adentro airemos,
en mi batel cantando
al son del viento blando
amores y placer;
regalaréte entonces
mil varios pececillos
que al verte, simplecillos
de ti se harán prender.
De conchas y corales
y nácar a tu frente
guirnalda reluciente,
mi bien, te ceñiré;
y eterno amor mil veces
jurándote, cumplida
en ti, mi dulce vida,
mi dicha encontraré.
No el hondo mar te espante,
ni el viento proceloso,
que al ver tu rostro hermoso
sus iras calmarán;
y sílfidas y ondinas
por reina de los mares
con plácidos cantares
a par te aclamarán.
Ven, ¡ay!, a mi barquilla:
completa mi fortuna:
naciente ya la luna
refleja el ancho mar;
sus mansas olas bate
suave, leve brisa;
ven, ¡ay!, mi dulce Elisa,
mi pecho a consolar.
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