Diario de mi vida durante la Revolución Francesa

Madame de Beauharnais había abandonado unos años atrás a su primer esposo, el marqués Alexandre Beauharnais. A todas nos sorprendió grandemente verlo llegar un día como un preso más. Tanto su esposa como él parecieron embarazados, muy molestos ante el inesperado reencuentro.

Recuerdo muy especialmente a Madame Beuharnais, ahora Madame Bonaparte, una mujer de gran talento y de un humor excelente; una de las personas con mayor ingenio que jamás haya conocido.

Estaban presas las duquesas D'Aiguillon, Madame Lamotte, Madame Beauharnais, Madame de Custine ... Madame de Jarnac, mi buena amiga Mrs Meyler, Madame D'Araij... La desgracia nos unió. En pocos minutos todos cuanto allí estábamos parecíamos amigos de toda la vida. Nos unía saber que en cualquier momento podían cortarnos ma cabeza. Me levantó el ánimo ver a tantas y tan importantes damas demostrando carácter, valentía y buen humor.

En nuestro camino de Versalles a París el populacho de Sévres se agolpaba a ambos lados de la carretera y a través de los barrotes del carruaje nos tiraba barro, piedraa, gatos muertos, zapatos viejos ... Nos llamaban perros aristócratas, mostraban una violencia terrible.

Una vez me atreví a pedirle un poco de agua caliente para lavarme. Me respondió que mi petición no tenía sentido, que estaba completamente fuera de lugar, toda vez que nada ni nadie me salvaría de caer en manos del verdugo; y que como los verdugos solían ser hombres muy sucios, ¿para qué quería estar limpia?

Algunos presos decían que los guisotes de habichuelas, en realidad, estaban hechos con carne humana; creo, más bien, que era carne de burro, o de caballo, toso lo más; acaso de vacas muertas por enfermedad

Dos años más tarde me dijeron que cada uno de los que allí estuvimos, cada uno de los que conservábamos la vida, habíamos recibido un número; con mi número estaban, en el Hotel dr Ville, los objetos que me pertenecían... Sí, aquello me sorprendió mucho.

La pobre Madame Du Barry ingresó a St. Pelagie un poco antes de que yo saliera. Estaba realmente abatida. Solía sentarse durante horas en el camastro de mi celda y me contaba anécdotas de Luis XV y de aquella corte ...

Al día siguiente llegaron más detenidos, y al otro mucho más, y más y más ... Diariamente salía un puñado de ellos y no volvíamos a verlos; los conducían al cadalso

Aquí no nos ablandamos por las lágrimas... Hemos visto tantas lágrimas en este lugar que podríamos surtir de agua con ellas a todo París...