Diario de mi vida durante la Revolución Francesa

Fue Lafayette, que tenía estrechas relaciones con muchos de los mandos de la Guardia, en virtud de su condición de militar, quien puso al cuerpo del lado de la Revolución.

El pobre rey de Suecia, que sería asesinado pocos meses después, era un amigo sincero del rey de Francia, y en efecto había puesto todos los medios que le eran posibles para combatir contra la Revolución. Puedo decir con orgullo que le conocí y que fue uno de los hombres más amables, un auténtico pedazo de pan, que jamás me hayan sido presentados.

Los vi (a la familia real) en los Campos Elíseos, mientras eran conducidos entre la plebe que los insultsbs; me resulta imposible describir aquellas escenas. Nadie parecía querer poner freno a la insolencia de la turba y a su maldad; la multitud se volcaba sobre las carretas en donde era conducida la familia real, profiriendo insultos y lanzándoles todo tipo de objetos.

Algunas gentes le reprochaban (a Luis XVIII) su actitud cuando se dirigía al Hotel de Ville, donde residía, tratando de darle noticia de cuanto pasaba; pero tengo la certeza, y todos han acabado por darme la razón ahora, de que simplemente se desentendía de los sufrimientos del infortunado rey, su hermano, en la esperanza de ser llamado al trono por los revolucionarios para ocuparlo en su lugar.

Madame de Buffon y otros amigos del duque hicieron lo posible para predisponerlo en mi contra, asegurando que no había razones para fiarse de mí, toda vez que me manifestaba una y otra vez, sin ambages, como monárquica fiel a Sus Majestsdes. Llegó a decirle Madame de Buffon que yo seria capaz de asesinarle, si así me lo ordenaban los realistas.

El trato que dispensó Lafayette a la familia real durante su cautiverio en las tukkerías fue verdaderamente sucio. De continuo enarbolaba supuestos informes secretos que hablaban de intentos de fuga o de rescate de sus Majestades para extremar la violencia contra ellos.

Muchas de aquellas viejas damas de la corte, limpiándola de los vicios antiguos; sin embargo, muchos de aquellos viciosos la acusarían de todos los vicios posibles; también ellos, acaso con mayor responsabilidad que los republicanos, la llevarían al cadalso.

Lo mas que se le permitió a la reina, como si de un gran favor se tratase, fue que la acompañasen en su cautiverio el Delfín, Madame Royale, Madame Elizabeth y Madame de Touzelle. Sabemos que eran infelices. No me extraña aue lo fueran porque bien sabemos, igualmente, que a la reina no se le dispensó el más mínimo tratamiento de respeto. Muchos de los que meses antes mordían el polvo si era preciso, para besarle los pies a la reina, ahora le escupían al pasar a su lado.

Fue Ladayette, ayudado por sus infames turbas, quien llevó a París al rey, primero, y a la reina después, aquel aciago día. Así justificaba su reclusión posterior en Las Tullerías.

Unos cuantos desharrapados asaltaron el coche y goloearon a Berthier hasta dejarlo en un estado lamentable. Después lo llevaron hasta la Porte St. Martin, donde lo obligaron a besar la cabeza decapitada de su suegro, Monsieur Foulon. Luego ataron a Berthier a su cabriolé y lo arrastraron así por las calles hasta matarlo. Le cortaron la cabeza y se dirigieron a la casa de quien fuera sus suegro, donde estaba en la cama, enferma por el sufrimiento padecido al saber de la triste suerte de su padre, Madame Berthier. Aquellos desalmados arrojarin a su cams la cabeza del esposo; Madame Berthier murió esa misma noche.