La nieta del señor Linh

Assegut en aquest banc que ha esdevingut, un indret petit i familiar, talment un tros de fusta al qual s'hagués aferrat al bell mig d'un gran torrent, turbulent i mai vist. I escalfa, estrenyent-lo contra el pit, l'últim plançó del brancam, que ara dorm un son sense por, sense melangia ni tristesa, aquell són de nadó retip, feliç de retrobar l'escalfor i la flongesa tèbia de la pell estimada i la carícia d'una veu amorosa.

(...) puede que la vida sea también esto. De vez en cuando un milagro, oro y risas, y de nuevo la esperanza cuando crees que a tu alrededor todo es destrucción y silencio.

No es posible volver a lo que se ha perdido

De repente, el Señor Linh levanta la mano y con el dedo señala el mar, la lejanía, el horizonte azul y blanco, y luego pronuncia en voz alta el nombre de su país

No es posible volver a lo que se ha perdido.

Puede que la vida sea también esto. De vez en cuando un milagro, oro y risas, y de nuevo la esperanza cuando crees que a tu alrededor todo es destrucción y silencio.

El anciano se acerca a la ventana. El viento ya no agita el árbol, pero la noche ha hecho brotar en la ciudad miles de luces que titilan y parecen desplazarse. Son como estrellas caídas que intentasen alzar el vuelo para regresar al firmamento. Pero no pueden. No es posible volver a lo que se ha perdido, piensa el señor Linh.

Demasiadas derrotas y demasiadas huidas, ¿qué es la vida sino un collar de heridas que cada hombre se cuelga al cuello?

Mirar todo eso le da vértigo. Recuerda su aldea como se recuerda algo que se ha soñado sin saber a ciencia cierta si era un sueño o una realidad desaparecida.

Camina por la acera con cautela. Acurrucada en sus brazos, la niña no se mueve. Está tan tranquila como siempre. Tan tranquila como el alba cuando despunta y poco a poco disipa la noche que envolvía la aldea, los arrozales y el bosque con su manto de tinieblas.