Un cadáver en la biblioteca

Las profundas arrugas que surcaban su semblante eran huellas de sufrimiento, mas no de debilidad. Se veía que era un hombre que jamás se lamentaba, aceptaba su suerte y seguía adelante siempre victorioso.

El error en este caso es que todo el mundo ha sido excesivamente crédulo. Nadie puede permitirse el lujo de creerse todo lo que la gente diga. Cuando hay algo sospechoso, yo no creo a nadie. Conozco muy bien la naturaleza humana.

En un sitio como Danemouth, lo normal es que se encuentre uno lo contrario: inválidos que se aferran a la vida, aterrados de hacer un esfuerzo demasiado grande, temerosos de la menor corriente de aire, de un microbio perdido, de una comida copiosa.