(...) Un mal poeta, pero un poeta auténtico.
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(...) Un mal poeta, pero un poeta auténtico.
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Prefiere ser el jefe de un partido compuesto por tres personas que escudero de alguien que congrega a millones.
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Abandonar la vida que siempre habías conocido y partir hacia otra de la que esperabas mucho pero no sabías casi nada, era una forma de morir.
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Así le ve Elena ahora y, en efecto, él llora. Eduard, el duro de pelar, llora. Como en la canción de Jacques Brel, está dispuesto a convertirse en la sombra de su mano, la sombra de su perro, para que ella no le deje. «Si yo no quiero dejarte», dice ella, conmovida al verle tan angustiado. Él se endereza: entonces todo irá bien. Si siguen juntos todo irá bien. Ella puede tener un amante, no hay problema. Puede ser una puta. Él, Eduard, será su chulo. Será excitante, un episodio entre otros muchos en su vida de aventureros, libertinos pero inseparables. Este pacto le exalta, quiere beber champán, festejarlo. Aliviada, Elena sonríe y dice que sí, sí, evasivamente.
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En los años setenta era posible emigrar, aunque difícil, pero el que solicitaba el pasaporte sabía que si se lo daban, nunca podría volver.
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Como la gente que en un museo mira antes el nombre del pintor del cuadro, para saber si debe o no extasiarse.
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¿Cuál de los siguientes libros fue escrito por Gustave Flaubert?