Limónov de Emmanuel Carrère
Así le ve Elena ahora y, en efecto, él llora. Eduard, el duro de pelar, llora. Como en la canción de Jacques Brel, está dispuesto a convertirse en la sombra de su mano, la sombra de su perro, para que ella no le deje. «Si yo no quiero dejarte», dice ella, conmovida al verle tan angustiado. Él se endereza: entonces todo irá bien. Si siguen juntos todo irá bien. Ella puede tener un amante, no hay problema. Puede ser una puta. Él, Eduard, será su chulo. Será excitante, un episodio entre otros muchos en su vida de aventureros, libertinos pero inseparables. Este pacto le exalta, quiere beber champán, festejarlo. Aliviada, Elena sonríe y dice que sí, sí, evasivamente.
|