No es extraño que nos cueste tanto perdonar, perdonar de verdad, cuando nos es tan difícil nombrar lo que realmente duele.
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No es extraño que nos cueste tanto perdonar, perdonar de verdad, cuando nos es tan difícil nombrar lo que realmente duele.
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Me gustaría decirte tantas cosas, mamá, antes de que sea tarde y no lleguemos», me oigo pensar, y justo entonces ella se vuelve hacia mí y sonríe, no sé por qué, pero sonríe.
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El tiempo, no siempre un gran escultor, enseña que la libertad se mantiene viva mientras cuerpo y mente recuerdan el espanto del cautiverio.
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A veces, sin embargo, los naufragios llegan de golpe: de improviso se abre una ventana mal cerrada, el rompecabezas que estábamos armando juntos desde hace años vuela a merced de una violenta ráfaga de aire y lo que era silueta se vuelve desorden y hay que volver a empezar a buscar piezas, a recomponer huecos, a pensar.
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Lo que no se resuelve, vuelve.
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Por eso, explicar mientras dolemos es una trampa: el dolor hay que dolerlo entero, dejar que la médula se impregne de él y que el plexo se oscurezca hasta obturarse.
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"Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo" ¿El personaje de qué libro está hablando?