Al principio podía jurar que en esas fatídicas doce semanas mi vida había terminado, que perdí todo lo que me importaba, pero entonces, al final de ese día, me di cuenta de que tal vez era lo contrario: tenía quince años y todo estaba por comenzar.
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Al principio podía jurar que en esas fatídicas doce semanas mi vida había terminado, que perdí todo lo que me importaba, pero entonces, al final de ese día, me di cuenta de que tal vez era lo contrario: tenía quince años y todo estaba por comenzar.
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(...) lo dije de sopetón (...) y seguí, como quien se arroja al vacío esperando encontrar un lago, el mar, algo, al otro lado.
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Al final me dio un rápido abrazo, luego sonrió y, arisca como siempre, se dio la vuelta para sumergirse en el viejo libro que llevaba.
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(...) entonces reconocí a ese niño delgado y rapado, al Pelón, estaba agradecido porque al final sí lo acompañaría a su última aventura, a su gran escape, al final.
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(...) hablaban en voz baja, pero yo usé esa técnica que conocía tan bien: poner una expresión ausente, pero oír todo con el estómago duro.
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—Con cuidado, me lastimas. —¡Dios! (...) no soportas tantito alcohol en una herida. —Y tú te haces la muda, pero cuando hablas pareces merolico —¿Merolico? —Es una palabra que usa mi mamá—respondí y me encogí de hombros. De pronto estallamos en carcajadas. Se sentía bien, y también raro, reír por algo que nos avergonzaba tanto. |
Por la ventana redonda vislumbré un punto blanco, que poco a poco tomó la forma de rombo, era un papalote, un cometa blanco con su rabo de moños de papel. Flotaba con suavidad, montado en una corriente. Suspiré, ojalá pudiera hacer lo mismo, escapar, irme lejos de todo lo malo del mundo.
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Sé que fue lo correcto, pero no entendía por qué a veces hacer lo correcto dejaba una sensación de dolor.
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Lo malo de compartir un secreto es que la curiosidad, en lugar de extinguirse, crece como un incendio.
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Tantas alabanzas rodaron hacia mí como un alud de piedras picudas.
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Manolito ...