Ya no pude más, rompí a llorar. Papá lo hizo en silencio, sus lágrimas dejaron unos puntos en la almohada. (...)
—Perdón por no venir a verte antes al hospital—repetí entre ahogos de culpa—. Debí estar aquí desde el primer día.
—Pero viniste —repuso papá, con calma—. Grillo, perdóname tú. Ojalá pudiera hacer todo de nuevo –unos débiles maullidos comenzaron a escalar desde el fondo de sus pulmones–, haría lo posible por ser un mejor papá, un mejor esposo, intentaría controlarme, reparar mis errores–pero la vida no tiene ensayos y se acabó el tiempo, todo se fue en un chispazo.
—Como las estrellas fugaces –señalé–. Las que dejan un instante perfecto.
—Tuvimos instantes perfectos –dijo ansioso–.¿Verdad que sí, Grillo?