Regresamos a Torquay, ese lugar al que ya nos transportó la autora en «A ojos de nadie», para reencontrarnos con Harry, Luca y Mera. Junto al caso de asesinato que se abre, descubriremos la lucha de cada uno para superar obstáculos y desafiar a las consecuencias del pasado para mantenerse firmes en sus convicciones. Aunque duela.
La pluma de Paola continúa latente. Es innegable lo bien que te lleva en volandas, disfrutando de las palabras y de la historia. No obstante, percibí un texto menos revisado que en la anterior novela, con algunas reiteraciones y detalles, a mi parecer, innecesarios.
Respecto a los personajes, la autora nos muestra más trasfondo de los mismos. Sus situaciones se complican, evolucionan y, poco a poco, nos va poniendo al día de lo ocurrido en las semanas posteriores al final de «A ojos de nadie».
La primera parte de la novela se me hizo más lenta de lo esperado, tardó en arrancar. Por un lado, porque me costó un poco seguir el hilo inicial con los saltos temporales que, al pertenecer a un mismo mes, a veces no me ubicaba rápido en qué momento del mismo me encontraba. Por otro lado, porque se centra más en el desarrollo de traumas y emociones de los personajes que en la investigación del nuevo caso. En cualquier caso, la trama se iba forjando con mucho sentido.
Cuando comenzó la investigación, se volvió completamente adictiva. Esa parte de la búsqueda de pistas, de los interrogatorios, en la que todos parecían culpables, me recordó a los mejores momentos detectivescos de las novelas de Agatha C.
El giro final me gustó mucho, no me lo esperaba, sobre todo por los motivos que hicieron al asesino actuar de esa manera. Y, por supuesto, no cerrarás el libro sin llevarte esos pellizquitos emocionales que Paola tan bien sabe transmitir.
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