El hereje de Miguel Delibes
La secta venía a ofrecerle una fraternidad que no había conocido hasta entonces. Se entregó a ella con fruición, con entusiasmo.
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El hereje de Miguel Delibes
La secta venía a ofrecerle una fraternidad que no había conocido hasta entonces. Se entregó a ella con fruición, con entusiasmo.
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El hereje de Miguel Delibes
«Muéstrame el camino, Señor», gemía, pero el Señor permanecía ajeno, en silencio. «Nuestro Señor no puede tomar partido, se decía, soy yo quien debe decidir, en aras de mi libertad.» Pero le faltaba determinación, claridad, la lucidez necesaria.
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El hereje de Miguel Delibes
Le llamaban hereje, pelele, viejo loco, mas él lloraba y, en ocasiones, sonreía al referirse a su destino como a una liberación. Las mujeres se santiguaban e hipaban y sollozaban con él, pero algunos hombres le escupían y comentaban: ahora tiene miedo, se ha ensuciado los calzones el muy cabrón.
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El camino de Miguel Delibes
Pero a Daniel, el Mochuelo, nada de esto le causó sorpresa. Empezaba a darse cuenta de que la vida es prodiga en hechos que antes de acontecer parecen inverosímiles y luego, cuando sobrevienen, se percata uno de que no tienen nada de inextricables ni de sorprendentes. Son tan naturales como que el sol asome cada mañana, o como la lluvia, o como la noche, o como el viento.
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El camino de Miguel Delibes
Algunos —dijo— por ambición, pierden la parte de felicidad que Dios les tenía asignada en un camino más sencillo. La felicidad —concluyó—no está, en realidad, en lo más alto, en lo más grande, y lo más apetitoso, en lo más excelso; está en acomodar nuestros pasos al camino que el Señor nos ha señalado en la tierra. Aunque sea humilde».
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El camino de Miguel Delibes
A juicio de Daniel, el Mochuelo, era en estos días, o durante las grandes nevadas de Navidad, cuando el valle encontrabas adecuada fisonomía. Era, el suyo, un valle de precipitaciones, húmedo y triste, melancólico, y su languidez y apatía características desaparecían con el sol y con los horizontes dilatados y azules.
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El camino de Miguel Delibes
—No, el chico será otra cosa. No lo dudes —decía su padre—. No pasará la vida amarrado a este banco como un esclavo. Bueno, como un esclavo y como yo.
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Madera de héroe de Miguel Delibes
Por ejemplo, lo que para papá Telmo era "el dictador", se convertía en "el general" para tío Felipe Neri, en "Primo" para tío Vidal, y en "el marqués de Estella" para tía Macrina y Crucita, matizaciones que era preciso retener para no extraviarse en el laberinto.
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Madera de héroe de Miguel Delibes
...los verdaderos héroes eran los anónimos, los que ofrendaban su sangre por una causa, sin alardear de ello ni buscar una recompensa.
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Madera de héroe de Miguel Delibes
—Las cobardes conductas de los rufianes no menoscaban las acciones excelsas.
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Madera de héroe de Miguel Delibes
—No ignoro que la guerra es dura, incluso cruel, pero desde el momento en que demos entrada al sentimiento podemos perderla.
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Las ratas de Miguel Delibes
Decía el Centenario con el cráneo a la vista por el cancer: a todos cuando muertos nos comen los bichos, yo soy tan viejo que los bichos no han tenido paciencia para aguardar..
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La sombra del ciprés es alargada de Miguel Delibes
Me percaté entonces que la alegría es un estado del Alma y no una cualidad de las cosas.
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El príncipe destronado de Miguel Delibes
—En el mundo —le dijo Mamá, y el cigarrillo se movía a compás de sus labios como si fuera un apéndice propio— hay personas absorbentes, que creen que sólo lo suyo merece respeto. Huye de ellas, Quico, como de la peste.
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El camino de Miguel Delibes
Con frecuencia, Daniel, el Mochuelo, se detenía a contemplar las sinuosas callejas, la plaza llena de boñigas y guijarros, los penosos edificios, concebidos tan sólo bajo un sentido utilitario. Pero esto no le entristecía en absoluto. Las calles, la plaza y los edificios no hacían un pueblo, ni tan siquiera le daban fisonomía. A un pueblo lo hacían sus hombres y su historia. Y Daniel, el Mochuelo, sabía que por aquellas calles cubiertas de pastosas boñigas y por las casas que las flanqueaban, pasaron hombres honorables, que hoy eran sombras, pero que dieron al pueblo y al valle un sentido, una armonía, unas costumbres, un ritmo, un modo propio y peculiar de vivir.
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Un mundo que agoniza de Miguel Delibes
Siempre que utilicemos nuestros conocimientos para la satisfacción a corto plazo de nuestros deseos de confort, seguridad o poder, encontraremos, a plazo algo más largo, que estamos creando una nueva trampa de la que tendremos que librarnos antes o después.
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El camino de Miguel Delibes
Las cosas podían haber sucedido de qualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así.
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El camino de Miguel Delibes
Seguramente en la ciudad se pierde mucho el tiempo-pensaba el Mochuelo- y, a fin de cuentas, habrá quien, al cabo de catorce años de estudio, no acierte a distinguir un rendajo de un jilguero o una boñiga de un cagajón. La vida era asi de rara, absurda y caprichosa. El caso era trabajar y afanarse en las cosas inútiles o poco prácticas (pg 8).
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¿Quién mata al elfo Dobby?