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62/Modelo para armar de Julio Cortázar
De la ciudad se irá hablando en su momento [...] así como de mi paredro podía hablar cualquiera de nosotros y él a su vez podía hablar de mí o de otros;
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Final del juego de Julio Cortázar
CONTINUIDAD DE LOS PARQUES (texto completo) Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela. + Leer más |
Libro de Manuel de Julio Cortázar
- Qué cosa tan rara, una mosca a esta hora de la noche. -Tenés razón, es casi inconcebible porque hasta ellas tienen horario, pero debe ser una mosca poeta o algo así. |
Libro de Manuel de Julio Cortázar
Mientras pueda inventaré por mi cuenta,te inventaré polaquita, y querré que vos me inventes a cada momento
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Papeles Inesperados de Julio Cortázar
Hoy, casi veinte años después, la pareja ya no es la misma. Si bien seguimos siempre juntos, París juega desde hace tiempo su partida de drugstores y de torres, trueca el oxígeno y la calma por automóviles; yo envejezco a su lado, olvido lugares privilegiados e itinerarios rituales.
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EL PERSEGUIDOR Y OTROS RELATOS de Julio Cortázar
Y todo eso lo sostengo desde mi cobardía personal, y quizá en el fondo quisiera que Johnny acabara de una vez, como una estrella que se rompe en mil pedazos y deja idiotas a los astrónomos durante una semana, y después uno se va a dormir y mañana es otro día.
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Rayuela de Julio Cortázar
soy yo, soy el, somos pero soy yo. Personalmente soy yo. Defenderé ser yo hasta que no quede más
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Rayuela de Julio Cortázar
El verdadero y único personaje que me interesa es el lector, en la medida en que algo de lo que escribo deba contribuir a mutarlo, a desplazarlo, a extrañarlo, a enajenarlo.
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Rayuela de Julio Cortázar
Me miras, de cerca me miras, cada vez mas de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez mas de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes
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Rayuela de Julio Cortázar
La vida, como un comentario de otra cosa que no alcanzamos, y que está ahí al alcance del salto que no damos.
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Rayuela de Julio Cortázar
Así, usar la novela como se usa un revólver para defender la paz, cambiando su signo. Tomar de la literatura eso que es puente vivo de hombre a hombre, y que el tratado o el ensayo sólo permite entre especialistas. Una narrativa que no sea pretexto para la transmisión de un “mensaje” (no hay mensaje, hay mensajeros y eso es el mensaje, así como el amor es el que ama); una narrativa que actúe como coagulante de vivencias, como catalizadora de nociones confusas y mal entendidas, […].
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Rayuela de Julio Cortázar
...un mundo donde te movías como un caballo de ajedrez que se moviera como una torre que se moviera como un alfil.
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Rayuela de Julio Cortázar
Hace rato que no me acuesto con las palabras. Las sigo usando, como vos y como todos, pero las cepillo muchísimo antes de ponérmelas.
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Rayuela de Julio Cortázar
Quizá vivir absurdamente para acabar con el absurdo, tirarse en sí mismo con una tal violencia que el salto acabara en los brazos de otro.
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Rayuela de Julio Cortázar
Sos dostoievskianamente asqueroso y simpático a la vez, una especie de lameculos metafísico.
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¿Cuántas novelas hay en la serie Harry Potter?