La hija del tiempo de Josephine Tey
La verdad no está en los libros de historia, sino en los libros de cuentas.
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La hija del tiempo de Josephine Tey
La verdad no está en los libros de historia, sino en los libros de cuentas.
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La hija del tiempo de Josephine Tey
Cuando no se puede recabar información sobre un hombre, la mejor manera de hacerse una idea sobre él es investigando acerca de si madre.
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La hija del tiempo de Josephine Tey
En los hospitales, la simetría está un escalafón por debajo de la limpieza y dos por encima de la devoción a Dios.
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La hija del tiempo de Josephine Tey
No se puede aseverar que un hombre sea incapaz de matar —como bien sabía Grant tras largos años en la policía—, pero sí decir, casi con total certeza, cuándo una persona es incapaz de cometer estupideces.
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Amar y ser sabio de Josephine Tey
Si se consigue hacer que un hombre hable lo suficiente, tarde o temprano bajará la guardia.
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Las arenas cantarinas de Josephine Tey
Las bestias que hablan los arroyos que se estancan las piedras que caminan las arenas cantarinas |
Amar y ser sabio de Josephine Tey
No puedo creer que Walter Whitmore haya tenido nunca sangre en las venas para sacudirle a alguien un golpe en la cabeza antes de arrojarle a un río. - No - respondió Williams, considerando la idea - . Lo cierto es que encaja mucho mejor en el papel de empujado |
Un chelín para velas de Josephine Tey
Encanto, la más insidiosa arma del amplio repertorio humano. Y ahí lo tenía, delante de sus propias narices. Observó con imparcialidad aquel rostro bondadoso e irresponsable. Había conocido al menos a un asesino que poseía ese tipo de atractivo. Ojos azules, agradable, inofensivo… y también capaz de enterrar el cuerpo descuartizado de su prometida en un pozo de ceniza.
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Un chelín para velas de Josephine Tey
La gente solo puede llegar hasta ti di te conoce, si sabe lo que te importa. Pero si eres capaz de mantener el misterio, ellos serán las víctimas, no tú.
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La hija del tiempo de Josephine Tey
- [ ] “La verdad es la hija del tiempo” , Proverbio antiguo. Esta es una verdad como un piano de grande, aunque en los tiempos que corren, como a nadie le importa un huevo la verdad y si no la olvidan por otra mentira nueva al día siguiente, pues tanto da. Lo que vengo a contar aquí es que esta novela de género detective y misterio es buena, burbujeante y deliciosa. No como ese libro flojucho de Trent y sus pistolitas que leí hace poco. Según unos ingleses muy expertos es la mejor novela de misterio de todos los tiempos, no lo sé , no las he leído todas, así que no puedo confirmarlo. Pero os aseguro que seguiré leyendo a Josephine Tey pues lo único que lamento en relación a ella es no haberla descubierto antes. Alan Grant es el detective, que resuelve el misterio desde la cama del hospital. ¿Y cual es el misterio? Uno de los más famosos de la historia, el asesinato de los Príncipes de la Torre, en época de Ricardo III. Alan no está de acuerdo con que el rostro del hombre del grabado que le regala su amiga Marta sea el de un asesino, aquí empieza el tema entre Ricardo III y Grant. A los fans de la historia, y de la historia de Inglaterra, este libro les parecerá una gozada, árbol genealógico incluido (y necesario). Josephine Tey es ágil, aguda y la trama funciona a la perfección, ni te pierdes ni te aburres. La creación de personajes, a veces muy light en estas novelas de misterio, es realmente buena, la enfermera Canija y la enfermera Darroll, la encantadora y enguantada actriz de teatro Marta Hallard, el ama de llaves y el becario americano Brent Carradine. Todos sin desperdicio, todos bien traídos al argumento. En la trama no entro que en este género cualquier cosa es spoiler. Una gozada, sí , sí, adentrarse en la guerra de las Dos Rosas y el chunguerío monárquico sucesorio. Y mira que he acabado queriendo a Ricardo, y aunque no me diera el reino porque no tengo un caballo, yo me lo echaba a cuestas, sin silla ni nada, a pelo. Leedlo. + Leer más |
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El caso de Betty Kane de Josephine Tey
“Ella lo miró con gran sobriedad. - De veras lo cree, ¿no es así? – dijo, con la expresión de quien cree estar contemplando un fenómeno inexplicable. - Así es – dijo él. - Tiene usted fe en que finalmente triunfará el Bien. - Sí. - ¿Por qué? - No lo sé. […] Ninguna otra actitud es válida.” |
Un chelín para velas de Josephine Tey
- Sé que no le caigo bien, inspector, pero le juro por Dios que me gusta usted y le juro por Dios que esa mujer es horrible. ¿Cree que sería capaz de olvidar por un momento que somos el famoso detective y el abyecto sospechoso para que podamos comer juntos a pesar de todo? Grant no pudo evitar sonreír. No tenía nada que objetar. |
La señorita Pym dispone de Josephine Tey
Si pudiera usted salvar a una persona en la cima de una montaña nevada aún a riesgo de provocar una avalancha que sepultase a un pueblo entero, ¿lo haría de todos modos?
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Amar y ser sabio de Josephine Tey
Junto a la puerta, aparentemente aturdido ante aquel infranqueable muro de humanidad entregada a la bebida y a la conversación había un joven desorientado. —¿Está usted en apuros? —dijo Grant. —He olvidado el megáfono —repondió el joven. |
Un chelín para velas de Josephine Tey
Era el escenario idóneo: una playa solitaria a primera hora de la mañana, cuando la bruma aún no se ha levantado. Una oportunidad demasiado perfecta como para no aprovecharla.
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Un chelín para velas de Josephine Tey
El mundo desempolvó su traje de luto y se limitó a esperar la llegada de las invitaciones para su funeral.
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La hija del tiempo de Josephine Tey
Es curioso que todos estén tan dispuestos a reconocerle a un hombre su valor en la batalla. Solo cuentan con la tradición y, sin embargo, nadie la cuestiona. De hecho, nadie deja de insistir en ella.
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La señorita Pym dispone de Josephine Tey
A toda prisa, las dos estudiantes se marcharon finalmente, dejando de nuevo a la señorita Pym con la única compañía de la moribunda vibración del gong y del borboteante sonido sonido del agua bajando por el desagüe.
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La hija del tiempo de Josephine Tey
Era el retrato de un hombre vestido con un sombrero de terciopelo y un jubón de malla típicos de finales del siglo XV. Tendría unos treinta y cinco o treinta y seis años, delgado y bien afeitado. Llevaba un suntuoso collar de piedras preciosas y estaba poniéndose un anillo en el dedo meñique de la mano derecha. Pero no miraba al anillo, sino al infinito.
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Gregorio Samsa es un ...