Los ensayos inéditos de 'La soberanía del bien' y la reedición de cinco de sus novelas llena de literatura y filosofía el centenario de la escritora irlandesa.
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Los ensayos inéditos de 'La soberanía del bien' y la reedición de cinco de sus novelas llena de literatura y filosofía el centenario de la escritora irlandesa.
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Esta novela de Iris Murdoch nos ofrece una mezcla de intriga de tipo policiaco con un curioso fresco de relaciones humanas, amor y amistad, en torno a la jovial pareja formada por Kate y Octavian y los personajes que pululan en su hogar. El punto de partida es el suicidio de un alto funcionario del Gobierno, cuya investigación se encarga a Ducane. Los enredos amorosos y las averiguaciones de este personaje, junto con la diversidad de caracteres y modos de ver la vida de quienes rodean a Kate y Octavian en su casa de Dorset, crean una trama llana de interés narrativo, a la par que rica en reflexiones sobre la vida y el amor.
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“Las personas excéntricas hacen bien a las convencionales, simplemente porque pueden hacerles concebir que las cosas sean diferentes. Esto les proporciona un sentimiento de libertad. Nada es más educativo, a fin de cuentas, que el modo de ser de otras personas.” Una novela temprana que no es de lo mejorcito de la autora, y aun así contiene muchos de los elementos que la han hecho grande. Murdoch es un caso raro en la literatura. Su estilo, profundamente clásico, realista, como sacado del XIX, choca sorprendentemente con su forma de abordar los temas, con sus salidas de tono, con un humor que parece venir a decirnos que no hay que tomar muy en serio lo que cuenta ni ya, de paso, la vida entera. De ahí su querencia por los enredos, las situaciones inverosímiles, los elementos mágicos, las posiciones ridículas en las que con frecuencia coloca a sus personajes, por lo demás muy normales… Como un día leí a Ignacio Echevarría: “El modo más certero de cifrar el arte narrativo de Iris Murdoch consiste en describir sus novelas como “vodeviles” filosóficos, o morales.” Porque sí, a pesar de toda esa supuesta trivialidad, sus novelas son profundamente morales. “Imagina que vivir en un estado extremo significa, necesariamente, descubrir la verdad sobre uno mismo. Lo que descubre entonces es la violencia y el vacío. Pero mire más bien a los otros y anúlese a sí mismo al tomar conciencia de ellos. Si se preocupara realmente por los otros y dejara las puertas abiertas a cualquier herida que pudiera infligirle, se enriquecería de una forma que ahora no puede ni siquiera concebir. Los dones del espíritu no atraen a la imaginación… La verdadera libertad consiste en la ausencia total de preocupaciones por uno mismo.” La abolición del ego es el gran principio moral de Murdoch y, por ende, la fundamental condición del artista. Una obra solo puede llegar a ser buena si el artista es moralmente bueno, esto es, si ha sido capaz de alcanzar el grado de humildad suficiente como para evitar toda subjetividad en su obra. Una posición que a mí se me antoja, cuanto menos, curiosa, pues entiendo el arte justamente al contrario, como una forma única y subjetiva de ver el mundo que nos permite a los demás contemplarlo desde una perspectiva desconocida. No solo eso, la idea que Murdoch tiene del arte y del artista se me antoja esencialmente imposible, tanto por el propio artista como por su público, al que también, por coherencia, se le deberá exigir la misma falta de subjetividad en el momento de enfrentarse a la obra. El otro gran tema de Murdoch es el amor, aunque más bien su objetivo sea atacar con todas sus fuerzas a eso que podríamos llamar el enamoramiento, ese estado febril que nos perturba y tanto nos complica la vida, que nos nubla la razón y nos vuelve egoístas, que consigue que abandonemos matrimonios, hijos… en pos de una supuesta felicidad que inevitablemente se deshará tan rápidamente como un castillo de arena. Otra cosa curiosa que tienen la mayoría de sus novelas, al menos las que yo conozco, es ese personaje dominante, de los que “raramente sacrificaba el ingenio al tacto”, y que son adorados y admirados por otros personajes más débiles que se someten a ellos con absoluta dedicación. Y digo que es curioso porque, como se dice en la novela, “Todo retrato es siempre un autorretrato”. En fin, de todo esto encontrarán en “El castillo de arena”, una obra sencilla y entretenida que puede ser una buena entrada al universo Murdoch. + Leer más |
Una institutriz llega al castillo en el que vive prisionera una hermosa princesa rodeada de una curiosa corte y enmarcado en un entorno amenazador de elevados acantilados y ciénagas traicioneras. Un planteamiento de otra época enmarcado en los años 50-60 del siglo pasado. “[la institutriz] Recordó lo que le habían contado acerca de que tenía sangre de hada, y no supo discernir si el mundo donde ella había vivido era un mundo de bondad o de maldad; un mundo donde el sufrimiento poseía significado o un mundo que no era más que una travesura del diablo, una pesadilla violenta”. Al igual que Mariam Taylor, la institutriz que llega al castillo arrastrada por el deseo de dar un giro a su vida, terminé perplejo la lectura de esta inaudita y extravagante historia. Como me dijo una querida amiga, cada escena tomada de forma individual nos revela algo que podemos discernir, algo interesante, bello o sugerente. El problema viene cuando queremos abarcar el conjunto, cuando queremos desentrañar las relaciones y actuaciones cruzadas de estos personajes que muchas veces nos llegan a parecer inverosímiles, quizás porque se comportan más como ideas o símbolos que como personas de carne y hueso. Y a lo mejor este es el punto fuerte del libro, provocarnos este desconcierto, dejarnos con nuestros propios fantasmas, sin guías ni indicaciones, obligarnos a darle sentido, nuestro sentido. Hannah es la representación del sentimiento de culpa que, como se dice en cierto momento de la novela, la mantiene prisionera de sí misma, y de la cual intenta redimirse a través del sufrimiento. Un sacrificio que parece tener embrujados a todos los habitantes del castillo que ven en ella el bien, la pureza y la rareza del unicornio. “Ella es nuestra representación de la importancia del sufrimiento” Todo gira en torno a ella. Sin embargo, son los dos elementos foráneos, los dos individuos que se introducen en la enrarecida atmósfera del castillo, Mariam y el enamorado de Hannan, Effingham Cooper, los encargados de abrir y cerrar la historia, detonar la tragedia y salir de ella transformados. Ambos son incapaces de aceptar la realidad a la que se ha resignado Hannah, se rebelan ante todos aquellos que la mantienen en tal realidad y se resisten a creer que ella la haya aceptado libremente. “¿La libertad? ¡Estúpida libertad! La libertad puede ser un valor en la política, pero no en la moral. La verdad sí. Pero no la libertad. Es una idea absurda, como la felicidad. En términos de moral, todos somos prisioneros, pero nuestra cura no es la libertad.” Y también de esto trata la novela, de la dificultad de tomar a las personas tal como son, de aceptar sus elecciones y de la necesidad que nos empuja a intervenir en sus vidas con el peligro que todo ello conlleva. Como dice otro de los personajes, Max, en cierta manera también exterior a la atmósfera del castillo y quizás el único que entendió a Hannah y lo que ella representaba: “La gente tiene que sobrevivir y siempre inventa un modo de hacerlo, de ver tolerable su situación. Cuando Hannah podría haber sobrevivido odiándolos a todos, o estallando y haciendo todo pedazos, escogió volverse religiosa.” Siempre me ha intrigado esa para mí corrupta relación entre religión y sufrimiento. El culto a los mártires, el uso de cilicios y otros instrumentos de autotortura, los sacrificios con los que traficamos las ayudas que precisamos de nuestro dios. Pero no seré yo el que demonice el placer que no dudo que la gente encuentra en esta perversión, cada uno con sus cosas. Pero no es solo el sufrimiento, también el amor, sea cual sea su objeto, es otro de los grandes temas de la novela, y con él muchos de los conceptos con los que puede venir asociado: sumisión, celos, poder, deseo, libertad, odio, felicidad, egoísmo, sexo, destino, miedo… “Hannah era como nosotros. Amaba lo que no estaba allí, lo lejano. Eso puede ser peligroso. No se atrevía a amar lo que sí estaba presente. Quizá hubiera sido mejor que lo hubiera hecho. No podía amar de veras a la gente a la que veía, no se lo podía permitir, eso habría hecho demasiado dolorosas las limitaciones de su vida. Por ellas, no podía transformar en manejable la idea del amor, que persistió como algo destructivo y temible y por lo tanto ella se limitó a evitarla.” “Eso, entonces, era el amor: mirar y mirar hasta que uno deja de existir. Eso era el amor, que era lo mismo que la muerte. Miró y supo con una claridad que fue una con la creciente luz, que con la muerte del yo el mundo se convertía de inmediato en objeto de un amor perfecto.” Una novela que no defraudará a los que como yo aman a esta autora y a sus sugerentes, enigmáticos y siempre encantadoramente presentados dilemas morales y filosóficos. “Hay cosas que son aterradoras para los jóvenes porque creen que la vida tiene que estar llena de felicidad y libertad. Pero en realidad en la vida no hay felicidad y libertad, no de un modo hermoso. La felicidad es una cosa frágil y miserable, y puede que libertad no signifique nada. Existen grandes normas que se nos aplican a todos, y destinos que nos corresponden y que amamos incluso cuando nos destruyen.” + Leer más |
Este es de esos libros que se terminan con el sentimiento de triste satisfacción o de satisfecha tristeza al que alude Rodrigo Fresan en el fantástico postfacio que concluye la edición de Impedimenta. Un libro que desde ya entra en mi lista de libros especiales, no siendo el menor de sus méritos haber sido aquel que me descubrió a Iris Murdoch. Como casi todo libro especial, “El libro y la hermandad” no es un libro fácil de comentar e imposible de resumir en estas pocas líneas: carece de una trama como tal y abundan las disquisiciones socio-políticas, filosófico-morales y hasta religiosas. Es un libro sorprendente en muchos sentidos, con escenas de un dramatismo que llega a ser irrisorio o grotesco, giros extraordinarios, locuras fantásticas, actitudes inexplicables e incluso absurdas, situaciones y comportamientos algo cómicos y hasta ridículos… Pero, como la propia autora dice en ”El príncipe Negro” , otra de sus novelas: “Somos infinitamente cómicos para los demás. Hasta la persona más adorada y amada le resulta cómica a su amante…“ La novela es, hasta cierto punto, caótica, torrencial. Un narrador omnisciente nos va guiando por la maraña de relaciones pasadas, presentes y posibles que se establece en el interior de un antiguo grupo de amigos y condiscípulos mientras explora minuciosamente los hilos de pensamiento y sentimiento de cada uno de ellos formando madejas que pecan a veces de excesivas. Un narrador preocupado por hacernos llegar los colores, las texturas, los olores; por la descripción puntillosa de los personajes, sus vestuarios y complementos, pelos y peinados, gestos y posturas, estancias que ocupan, paisajes que frecuentan y hasta de los alimentos y bebidas que acompañan sus encuentros y sus soledades. Y pese a toda esa exuberancia de detalles, de discursos, de introspecciones psicológicas, nunca decae el ritmo de la narración, en ningún momento flaquea la tensión dramática ni el interés por el devenir de los personajes y sus disquisiciones. La autora es virtuosa en el arte del diálogo, profunda en su discurso y poseedora de una sobresaliente habilidad escénica para moverse y movernos entre los muchos personajes que conforman esta novela coral y aunque no se pueda decir que Murdoch ostente un estilo narrativo propio y característico, de esos fácilmente identificable desde las primeras líneas, como nos dice Fresán, su prosa es “tan funcional como hipnótica y de gran potencia visual”. Siendo también una novela de ideas, es, sobre todo, una novela de emociones y sentimientos, una novela sobre el amor. Amor romántico, fraternal, paterno-filial, filosófico, religioso, amor posesivo, no correspondido, imposible, destructivo, ocasional, salvador, platónico, y, como no, el imprescindible amor a nosotros mismos. “El amor es más que sexo, es una profunda y apasionada energía que todas las personas llevan dentro y que puede ser buena o mala. Pienso que esa energía es la cosa más importante en la vida del hombre”. El amor como único punto de agarre en esta vida sin sentido, llena de dolor, angustia y sujeta a los vaivenes del azar. Una vida en la que estamos obligados a elegir continuamente y, de responder sí a la gran pregunta shakesperiana, obligados a convivir con nosotros mismos, sin escapatoria posible, y a relacionarnos con los demás. Murdoch nos presenta a un grupo de personajes, cada uno con una elección de vida, y que se equivocan continuamente: en las valoraciones que hacen de los otros y de ellos mismos, en la importancia y responsabilidad que se atribuyen en el desarrollo de la vida de los demás y las que atribuyen a los demás en la suya, en cómo y hasta qué punto pueden y deben involucrarse en la vida de otros y en cómo y hasta qué punto deben permitir o esperar que se involucren en la suya, en las interpretaciones de los actos ajenos y en las motivaciones propias y, en definitiva, en lo que son y quieren ellos y los que los rodean. En los libros, cuya importancia en nuestras vidas particulares y colectivas se ensalza profusamente en esta novela, podemos encontrar, si no la solución, al menos un satisfactorio paliativo. En definitiva, la novela me ha gustado mucho y me ha dejado con ganas de más, de mucho más, un deseo que no va a ser fácil de satisfacer. Llama la atención como una autora tan relevante ha tenido y tiene tan poco éxito entre nosotros. Tras la fracasada biblioteca Iris Murdoch en Lumen y algunos intentos descatalogadísimos de Alfaguara o Alianza, hay que agradecer a Impedimenta, un agradecimiento más, su empeño en dar otra oportunidad a esta autora con la publicación en los últimos años de tres de sus novelas. Posiblemente, su clásico estilo narrativo, tan alejado de las tendencias y los experimentalismos de sus contemporáneos, haya sido la causa de este injusto olvido. Por mi parte, haré proselitismo de ella en cuanta ocasión se me presente, como es el caso. + Leer más |
“Todo cuanto tiene valor es secreto.” Como secretas y misteriosas son para mí las razones por las que Murdoch me gusta tantísimo, igual de insondables que las que me empujan una y otra vez a leer autores como Thomas Bernhard, Robert Walser o, por tocar también lo patrio, Vila-Matas, del cual tomo la idea y pienso que quizás me atraigan porque siempre parece faltarme algo que no alcanzo a ver, que se me escapa, el secreto, un valor que constato pero no concreto. “Sólo el arte explica, y en sí no puede ser explicado. Nosotros y el arte estamos hechos el uno para el otro, y cuando falla ese vínculo, falla la vida. Sólo esta analogía es válida, sólo este espejo refleja una imagen cabal. Claro está que nosotros tenemos una «mente inconsciente», y de eso trata en parte mi libro. Pero no existe un mapa general de ese continente perdido.” Bien es verdad que todos escriben sobre una vida que saben sin sentido, mofándose y compadeciéndose del ser humano, y de paso de sí mismos, por no tener más remedio que vivirla trágicamente pues más allá no hay, se lo aseguro a ustedes, nada. Es por ello por lo que todos revisten su escritura de la ironía y el humor que les permite tratar con el absurdo. “Prácticamente toda la descripción de nuestros actos resulta cómica. Somos infinitamente cómicos para los demás… Dios, si existiera, se reiría de su creación. Sin embargo, también sucede que la vida es horrible, sin sentido metafísico, destrozada por el azar, el dolor y la cercana perspectiva de la muerte. De ello nace la ironía, nuestro necesario y peligroso instrumento.” Bueno, dejémonos de generalidades y digámoslo ya: esta novela es una de las grandes de Murdoch. Reúne todas sus excelencias, todas sus características maneras e ideas, una ligereza irónica que alterna sabiamente el vodevil con filosóficas lucubraciones sobre lo bueno, lo bello y lo verdadero, que, como el dios cristiano, es uno y trino. “La belleza está presente cuando la verdad ha descubierto una forma idónea.” Su narrador y personaje central, Bradley Pearson, es del tipo poco fiable, además de soberbio, pedante y egocéntrico, por lo que será el lector el que tenga que discernir cuánto hay de parodia y cuánto de verdad en todo lo que en la novela reflexiona y cuenta semejante individuo (a lo que también contribuyen los testimonios de otros personajes que como epílogos Murdoch añade a la propia novela cuyo autor es Bradley Pearson). Bradley es mucho menos erudito y profundo de lo que él se cree y con él se ensaña la autora interrumpiendo constantemente su vida (siempre está a punto de partir pero algo se lo impide) y metiéndole en unos líos tremendos y ridículos que cambiarán la idea que de sí mismo tenía y su vida por completo. “Soy consciente de que la gente suele tener unas ideas generales totalmente distorsionadas de sí misma.” También hay en la novela otros muchos temas propios de la autora, el arte, la metaficción, la moral, Shakespeare, la amistad, el matrimonio, la lealtad a uno mismo y a los demás, lo difícil que es proteger nuestros frágiles egos y lo que ello nos condiciona, la complejidad del comportamiento humano, su ridiculez, su imprevisibilidad, lo mucho que puede cambiar la vida en un instante (de los sorprendentes giros argumentales, tan típicos de la autora, aquí estarán más que sobrados)… “Sé que la vida humana es horrible. Sé que en nada se parece al arte. No tengo religión, excepto mi propia tarea de existir. Las religiones convencionales son cosa de sueños. A escasos milímetros hay siempre un mundo de temor y de espanto. Todo hombre, hasta el más grande, puede ser destruido en un momento y no tener dónde refugiarse.” Pero por encima de todo, “El príncipe negro” es “Una celebración del amor”, así reza su subtítulo, aunque realmente debería ser algo así como “Auge y caída de esa terrible enfermedad llamada amor”. “Nunca me había entregado, Francis, nunca me había puesto en juego de un modo absoluto. Me he pasado la vida siendo un hombre tímido y apocado. Ahora sé lo que significa estar más allá del alcance del temor. Ahora me encuentro donde mora la grandeza. Me he entregado. Y, con todo, es como estar bajo una disciplina. No tengo elección. Amo, venero y seré recompensado.” Murdoch resalta en la novela como el amor nos cambia la vida, nuestra percepción de nosotros mismos, del mundo, de nosotros en el mundo; lo demencial que es que una única persona atraiga toda nuestra atención en detrimento de todo y de todos, teniendo en cuenta que “Lo que ese ser amado «es» o «es realmente» importa un comino”. El amor nos hace únicos, nos sentimos privilegiados y llenos de gratitud, tan a gusto con nosotros mismos que casi ni necesitamos la presencia de la persona amada… hasta que empezamos a necesitarla, y el deseo nos desborda, el eros, ese príncipe negro (aunque a tal título nobiliario también son candidatos Hamlet y Julian vestida provocativamente de dicho personaje). “El primer día Julian había estado en todas partes. El segundo había estado, sí, en alguna parte, vagamente localizada, todavía no terriblemente requerida, pero necesitada. Ella había estado, ese segundo día, ausente. Eso fue lo que inspiró el pequeño anhelo de una estrategia, un pequeño y ambicioso deseo de trazar planes. El futuro, previamente borrado por un exceso de luz, reapareció.” De pronto aparece el miedo, descubrimos el temor de perderlo todo, de que ese amor nuestro, que era el auténtico fin del universo, desaparezca… el horror. Y ya, si tenemos la suerte de que el amor no nos ha conducido a la persona equivocada, lo que supondría una serie de molestos problemas, ¿cuánto dura?, ¿en qué se convierte pasado un tiempo?, ¿eso en lo que se convierte es suficiente o necesitamos volver a sentir el amor para darnos sentido?, ¿compensa que pongamos nuestra vida patas arriba?, ¿tenemos elección? “El arte dice la única verdad que en definitiva importa. Es la luz por la cual las cosas humanas pueden ser enmendadas. Y más allá del arte no hay, se lo aseguro a ustedes, nada.” + Leer más |
¿Hasta que punto conocemos a cualquier otra criatura humana? ¿Hasta que punto nos conocemos a nosotros mismos? Dos reflexiones que se hace uno de los personajes de esta espléndida novela, que sirven de telón de fondo a una serie de peripecias en torno a la figura de Lucas Graffe quién creyó haber matado a un hombre cuando en realidad quería matar a otro. Sin embargo, no es esta una novela de intriga o de suspense, no. El amor es, en toda su plenitud, el auténtico protagonista que distorsiona, manipula, enloquece, atrapa sin remedio a todos los personajes de este intenso drama. Si hay algo que Iris Murdoch borda es la creación de personajes complejos, excéntricos, apasionados, excesivos. Todos ellos lo son: el frío y calculador Lucas, el angustiado y apocado Clement, la almibarada Louise, la alocada Joan, el atormentado Bellamy... ¿Y qué decir de las niñas? La enigmática Sefton, la escultural Aleph, o la defensora de todo "bicho viviente" (literalmente) con poderes telequinéticos Moy. Todos ellos, sus rutinarias vidas, se verán sobrepasados por la aparición de un hombre que dice haber sido víctima de un intento de asesinato. La reacción de cada uno de ellos, unida a las pasiones que sienten unos por otros, formarán una trama que se verá golpeada por algo que nadie quiere asumir: la verdad. Si en otras ocasiones no me ha importado, esta vez las casi setecientas páginas me han resultado agotadoras y estaba deseando llegar al desenlace. Aún así, como cualquier obra de Murdoch, su lectura ha sido una delicia. + Leer más |
Iris Murdoch propone una visión realista y contundente del fenómeno amoroso en su obra ‘La máquina del amor sagrado y profano’.
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Iris Murdoch propone una visión realista y contundente del fenómeno amoroso en su obra ‘La máquina del amor sagrado y profano’.
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La gran novelista irlandesa propone una visión realista y contundente del fenómeno amoroso en “La máquina del amor sagrado y profano”.
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Quizá sea desconocida la faceta de Iris Murdoch como filósofa, pero son sus obras los mejores reflejos de esa formación en la que llegó a tener como maestro a Ludwig Wittgenstein. Quizá deberíamos considerar a la escritora irlandesa una filósofa que quiso ser una escritora en cuya obra la moral, las pasiones humanas, o el conflicto entre el bien y el mal, siempre estuvieran presentes. De hecho, ella consideraba la buena literatura como una actividad platónica. En Amigos y amantes encontramos una de esas ocasiones en las que encontramos personajes atrapados por su condición humana en una serie de relaciones defectuosas, y dónde el denominado "amor platónico" pulula enfrentado a las más bajas pasiones. Nadie se salva. El narrador es testigo, confidente de unos seres humanos angustiados, enamorados, traicionados y juzgados por aquello que les hace más vulnerables: un amor no correspondido, un amor poco convencional, un amor que se intuye, delata, pero que no quiere mostrarse para no resultar herido. La historia comienza con un suicidio en una oficina del gobierno inglés. Un funcionario se ha pegado un tiro y Octavian, jefe de su departamento, le pide a Ducane, amigo y subordinado suyo que lo investigue. En realidad esta muerte sirve para poner el punto de intriga a una novela que analiza la condición humana, en toda la extensión y complejidad que requiere, como muy bien sabe hacer Murdoch en todas sus obras. Octavian está casado con Kate que a su vez mantiene una relación platónica con Ducane. En su casa de Dorset conviven con Theo (el tío que huyó de la India por un misterioso motivo que averiguaremos cuando la obra casi llegue a su fin); Willy, un superviviente del campo de concentración de Dachau, Mary y su hijo Pierce, enamorado perdidamente de Bárbara, la hija del matrimonio anfitrión, Casie la sirvienta, y Paula divorciada de Richard Biranne (funcionario que trabaja también con Octavian) con sus dos hijos. Nadie escapa a sentir como la pasión, los celos, la envidia, la angustia, el miedo, agarran la vida y la destrozan, a veces durante unos días, en ocasiones para siempre. La vida es amor y muerte, repleta de sinsentidos y accidentes que ponen a las personas al frente de su particular abismo. Porque, como dice uno de los personajes tan sólo hay un imperativo absoluto, el imperativo de amar, y esta novela es un extraordinario homenaje al amor, en todas y cada una de sus facetas. Entre descripciones preciosistas del paisaje inglés, de la acomodada vida del matrimonio, la ingenuidad de los pequeños y su mundo infantil de descubrimiento y juego, surgen diálogos profundos entre los adultos, donde el amor, la pasión, la crisis existencial y la moral forman el eje conductor. Una novela magnífica en la que casi lo de menos es la investigación del suicidio de, aparentemente, un pobre hombre enamorado de su mujer, pero que el buen hacer de Ducane descubrirá una vida paralela de gustos sexuales excéntricos, prostitución, magia negra y asesinato. Una vez más, ha sido un placer leer a Iris Murdoch. + Leer más |
Se encuentran en él los elementos esenciales de la obra de la autora: la abundancia de diálogos, las situaciones hilarantes y rocambolescas, las reflexiones filosóficas y algo que la identifica de un modo especial, una especie de teatralidad en el comportamiento de sus personajes que lleva al lector a imaginarse la acción en un escenario o en una gran pantalla.
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