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Crítica de Guille63


Guille63
07 March 2023
“Todo cuanto tiene valor es secreto.”

Como secretas y misteriosas son para mí las razones por las que Murdoch me gusta tantísimo, igual de insondables que las que me empujan una y otra vez a leer autores como Thomas Bernhard, Robert Walser o, por tocar también lo patrio, Vila-Matas, del cual tomo la idea y pienso que quizás me atraigan porque siempre parece faltarme algo que no alcanzo a ver, que se me escapa, el secreto, un valor que constato pero no concreto.

“Sólo el arte explica, y en sí no puede ser explicado. Nosotros y el arte estamos hechos el uno para el otro, y cuando falla ese vínculo, falla la vida. Sólo esta analogía es válida, sólo este espejo refleja una imagen cabal. Claro está que nosotros tenemos una «mente inconsciente», y de eso trata en parte mi libro. Pero no existe un mapa general de ese continente perdido.”

Bien es verdad que todos escriben sobre una vida que saben sin sentido, mofándose y compadeciéndose del ser humano, y de paso de sí mismos, por no tener más remedio que vivirla trágicamente pues más allá no hay, se lo aseguro a ustedes, nada. Es por ello por lo que todos revisten su escritura de la ironía y el humor que les permite tratar con el absurdo.

“Prácticamente toda la descripción de nuestros actos resulta cómica. Somos infinitamente cómicos para los demás… Dios, si existiera, se reiría de su creación. Sin embargo, también sucede que la vida es horrible, sin sentido metafísico, destrozada por el azar, el dolor y la cercana perspectiva de la muerte. de ello nace la ironía, nuestro necesario y peligroso instrumento.”

Bueno, dejémonos de generalidades y digámoslo ya: esta novela es una de las grandes de Murdoch. Reúne todas sus excelencias, todas sus características maneras e ideas, una ligereza irónica que alterna sabiamente el vodevil con filosóficas lucubraciones sobre lo bueno, lo bello y lo verdadero, que, como el dios cristiano, es uno y trino.

“La belleza está presente cuando la verdad ha descubierto una forma idónea.”

Su narrador y personaje central, Bradley Pearson, es del tipo poco fiable, además de soberbio, pedante y egocéntrico, por lo que será el lector el que tenga que discernir cuánto hay de parodia y cuánto de verdad en todo lo que en la novela reflexiona y cuenta semejante individuo (a lo que también contribuyen los testimonios de otros personajes que como epílogos Murdoch añade a la propia novela cuyo autor es Bradley Pearson). Bradley es mucho menos erudito y profundo de lo que él se cree y con él se ensaña la autora interrumpiendo constantemente su vida (siempre está a punto de partir pero algo se lo impide) y metiéndole en unos líos tremendos y ridículos que cambiarán la idea que de sí mismo tenía y su vida por completo.

“Soy consciente de que la gente suele tener unas ideas generales totalmente distorsionadas de sí misma.”

También hay en la novela otros muchos temas propios de la autora, el arte, la metaficción, la moral, Shakespeare, la amistad, el matrimonio, la lealtad a uno mismo y a los demás, lo difícil que es proteger nuestros frágiles egos y lo que ello nos condiciona, la complejidad del comportamiento humano, su ridiculez, su imprevisibilidad, lo mucho que puede cambiar la vida en un instante (de los sorprendentes giros argumentales, tan típicos de la autora, aquí estarán más que sobrados)…

“Sé que la vida humana es horrible. Sé que en nada se parece al arte. No tengo religión, excepto mi propia tarea de existir. Las religiones convencionales son cosa de sueños. A escasos milímetros hay siempre un mundo de temor y de espanto. Todo hombre, hasta el más grande, puede ser destruido en un momento y no tener dónde refugiarse.”

Pero por encima de todo, “El príncipe negro” es “Una celebración del amor”, así reza su subtítulo, aunque realmente debería ser algo así como “Auge y caída de esa terrible enfermedad llamada amor”.

“Nunca me había entregado, Francis, nunca me había puesto en juego de un modo absoluto. Me he pasado la vida siendo un hombre tímido y apocado. Ahora sé lo que significa estar más allá del alcance del temor. Ahora me encuentro donde mora la grandeza. Me he entregado. Y, con todo, es como estar bajo una disciplina. No tengo elección. Amo, venero y seré recompensado.”

Murdoch resalta en la novela como el amor nos cambia la vida, nuestra percepción de nosotros mismos, del mundo, de nosotros en el mundo; lo demencial que es que una única persona atraiga toda nuestra atención en detrimento de todo y de todos, teniendo en cuenta que “Lo que ese ser amado «es» o «es realmente» importa un comino”. El amor nos hace únicos, nos sentimos privilegiados y llenos de gratitud, tan a gusto con nosotros mismos que casi ni necesitamos la presencia de la persona amada… hasta que empezamos a necesitarla, y el deseo nos desborda, el eros, ese príncipe negro (aunque a tal título nobiliario también son candidatos Hamlet y Julian vestida provocativamente de dicho personaje).

“El primer día Julian había estado en todas partes. El segundo había estado, sí, en alguna parte, vagamente localizada, todavía no terriblemente requerida, pero necesitada. Ella había estado, ese segundo día, ausente. Eso fue lo que inspiró el pequeño anhelo de una estrategia, un pequeño y ambicioso deseo de trazar planes. El futuro, previamente borrado por un exceso de luz, reapareció.”

De pronto aparece el miedo, descubrimos el temor de perderlo todo, de que ese amor nuestro, que era el auténtico fin del universo, desaparezca… el horror. Y ya, si tenemos la suerte de que el amor no nos ha conducido a la persona equivocada, lo que supondría una serie de molestos problemas, ¿cuánto dura?, ¿en qué se convierte pasado un tiempo?, ¿eso en lo que se convierte es suficiente o necesitamos volver a sentir el amor para darnos sentido?, ¿compensa que pongamos nuestra vida patas arriba?, ¿tenemos elección?

“El arte dice la única verdad que en definitiva importa. Es la luz por la cual las cosas humanas pueden ser enmendadas. Y más allá del arte no hay, se lo aseguro a ustedes, nada.”
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