Devoción de Hannah Kent
Le dije que me encantaba estar al aire libre porque allí era donde el mundo me cantaba canciones
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Devoción de Hannah Kent
Le dije que me encantaba estar al aire libre porque allí era donde el mundo me cantaba canciones
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Ritos funerarios de Hannah Kent
Me dejaron sola, sin una luz, y no había manera de medir las horas. de distinguir los días de las noches. Ahora mi única compañía son los grilletes en mis muñecas, el suelo de tierra, un telar desmontado, abandonado en un rincón, un huso viejo y roto.
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Ritos funerarios de Hannah Kent
Al principio no sabía qué hacían allí todas esas personas, hombres y mujeres por igual, todos quietos y mirándome en silencio. Entonces comprendí que no era a mí a quien miraban. Comprendí que aquellas personas no me veían a mí. Yo era dos hombres muertos. Era una granja ardiendo. Era un cuchillo. Era sangre.
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Ritos funerarios de Hannah Kent
¿Cree que estoy aquí porque cuando era niña dije que me quería morir? Porque cuando lo dije iba en serio. Lo pronuncié como si fuera una plegaria. Quiero morir. ¿Soy, pues, hacedora de mi destino?
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Ritos funerarios de Hannah Kent
Saber lo que una persona ha hecho y lo que una persona es son cosas muy distintas.
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Ritos funerarios de Hannah Kent
Luego, más tarde, el peso de sus argumentos me asfixió y sus oscuros pensamientos cobraron sentido. Luego, más tarde, nuestras lenguas produjeron desprendimientos de tierra y quedamos atrapados entre las grietas, entre lo que decíamos y queríamos decir, hasta que no fuimos capaces de encontrarnos el uno al otro, hasta que desconfiamos de las palabras en nuestras bocas.
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Ritos funerarios de Hannah Kent
Noto la lengua tan cansada que se me desploma en la boca como un pájaro muerto, todo plumas mojadas, entre las piedras de mis dientes.
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Los Buenos de Hannah Kent
Hasta que no se le ocurrió que su llanto podía despertar a los demonios que acechaban el alma de Martin, no paró. Entonces se metió la manga del tabardo en la boca y tembló en silencio. «Cómo te atreves a dejarme sola», pensó.
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Ritos funerarios de Hannah Kent
La gente afirma conocerte por las cosas que has hecho y no porque se hayan sentado contigo a escuchar lo que tengas que decir. No importa cuánto te esfuerces por llevar una vida temerosa de Dios. En este valle, si cometes una equivocación, nunca se olvida. Y da lo mismo que en tu fuero interno susurres: «¡No soy como decís!». Lo que piensan los demás de ti determina quién eres.
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Ritos funerarios de Hannah Kent
Es una cosa buena que no me quede nadie a quien amar. Nadie a quien enterrar.
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Ritos funerarios de Hannah Kent
Puedo volver a ese día como si fuera la página de un libro. Está escrito tan profundo en mi cabeza que casi noto el sabor de la tinta.
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Ritos funerarios de Hannah Kent
Somos hijos de Dios -se dijo-. Esta mujer es mi hermana en Cristo y yo, como sí hermano espiritual, debo guiarla de vuelta a casa. Sonrió y puso el caballo en tölt. -La voy a salvar -musitó |
Los Buenos de Hannah Kent
Aquella noche, con diez años de edad, había comprendido por fin por qué temían las personas la oscuridad. Era una puerta abierta y podías cruzarla y cambiar. Ser tocado y transformado.
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Los Buenos de Hannah Kent
Aquellos días en las montañas la habían salvado de enloquecer de soledad. Había trepado hasta que la respiración le latió en los pulmones, y había mirado la lluvia atravesar el valle a sus pies en un velo lento y gris, o el sol proyectar su benevolencia en los campos, y por fin había comprendido las palabras de Maggie. La soledad, lo que la hacía distinta, la haría también libre.
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Los Buenos de Hannah Kent
Qué recóndito el corazón -pensó Nance-. Que miedo nos da que nos conozcan y, sin embargo, con cuanta desesperación lo anhelamos.
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Los Buenos de Hannah Kent
Se había convencido a sí misma de que estaba acostumbrada a la vida solitaria, a la presencia furtiva de los pájaros como única compañía. Pero sin visitas, sin nada que hacer salvo descansar en la choza, se había sentido tan extremadamente sola que había llorado.
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Los Buenos de Hannah Kent
El mundo no nos pertenece -le había dicho en una ocasión-. Se pertenece a sí mismo, y por eso es hermoso.
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Moby Dick, Herman Melville