Indiana o las pasiones de Madame Delmare de
George Sand
Pero, viendo los males de la esclavitud, soportando el tedio del aislamiento y la dependencia, había adquirido una notoria paciencia a toda prueba, una indulgencia y una bondad adorable con sus inferiores, pero también una voluntad de hierro, una fuerza de resistencia inconmensurable contra todo aquello que pretendiera oprimirla. Desposando a Delmare, no hizo más que cambiar de dueño y, trasladándose a Lagny, tan solo mudó de prisión y soledad. No amaba a su esposo, tal vez por la simple razón de habérsele impuesto el deber de amarle, y porque resistirse mentalmente a cualquier tipo de coacción moral se había convertido para ella en una segunda naturaleza, un principio de vida, una ley de conciencia.