Todos los días son nuestros de
Catalina Aguilar Mastretta
Ése es el precio de vivir con alguien, de estar dizque enamorado: tener que lavar un vaso sólo para ganar el pleito de la mañana, un pleito que sólo es pleito entre esas dos personas dizque enamoradas. Y sí, en algún rincón oscuro de sus cabezas saben que no pelean por el vaso, sino por las mil erosiones que los mil vasos y las mil discrepancias en la manera en que crecieron y vivieron antes de crecer y vivir juntos van acabando con las entrañas del otro. Pelean por todas las cosas que se saben entre dos, pero no se pueden articular y no se incluyen en las explicaciones que das cuando la amiga de tu amiga pregunta qué pasó. Pequeñas grandes erosiones que terminan por desaparecer el pedazo de tierra en que habían clavado su bandera y declarado su espacio. Un espacio en guerra fría donde los dos dan y dan; y cambian y cambian; y hacen por el otro y hacen por el otro; y obligan al otro a hacer por ellos.