La hermana pequeña de Carmen Martín Gaite
LAURA: No, hombre, no digas bobadas. Tienes que inventarte algún sufrimiento para compensar el bienestar de tu vida; eso es todo. Pensar que se sufre, siempre justifica.
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La hermana pequeña de Carmen Martín Gaite
LAURA: No, hombre, no digas bobadas. Tienes que inventarte algún sufrimiento para compensar el bienestar de tu vida; eso es todo. Pensar que se sufre, siempre justifica.
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El balneario de Carmen Martín Gaite
En este parque de atrás hay mucha mezcla; se topa uno con los agüistas modestos, que viven en los hoteles y pensiones de la otra orilla del río, y que vienen por la mañana a tomar sus vasos de agua al manantial. Son comerciantes pobres de provincias, gentes delgadas vestidas de luto. Pasean, toman el sol y forman sus pequeñas tertulias en voz baja. Muchas veces se les ve leyéndose unos a otros las cartas de los hijos, que han quedado al frente del pequeño negocio, y les escriben que todo marcha perfectamente, que gocen sin preocupaciones del veraneo. Desde ese parque, y también desde el paseo de delante, se ve, a un nivel más alto, en la orilla de enfrente, la cinta blanca de la carretera, que separa la montaña del río. La señorita Matilde la está viendo ahora desde su ventana. Por esta carretera, pasan los días de fiesta rojos autobuses repletos de excursionistas bullangueros que se amontonan encima del techo y asoman las cabezas por las ventanillas. Cabezas despeinadas de muchachas con las mejillas rojas de alegría. Cabezas que se apoyan en el brazo arremangado de un compañero. Desde la carretera miran las fachadas blancas y lisas del balneario, y divisan, junto a la puerta, a unas personas sentadas silenciosamente, tomando el sol, leyendo; y la sangre les hierve y no pueden soportar esa quietud. Les compadecen y les gritan adiós con toda la fuerza de sus pulmones, agitando desesperadamente brazos y pañuelos, igual que si quisieran ver agitarse y conmoverse a esas gentes, alcanzadas por la ola de su alegría, arrastradas por ella, o ver desmoronarse los blancos, aplastados edificios. Pero nadie contesta nunca a estos saludos. Solo algunos señores alzan con estupor la cabeza y miran alejarse el autobús envuelto en polvo, en gritos, en canciones; y antes de que desaparezca en la primera curva lo ven inclinarse peligrosamente hacia el lado de acá, amenazando volcar toda su carga en el río, sin que cesen por eso las risas ni la música del acordeón. Y se estremecen ante tanta sinrazón e insensatez. Luego vuelven a su lectura, y el silencio en torno se les hace aún más grato. No. Ningún autobús de excursionistas; ningún acontecimiento del mundo exterior, por triste, por alegre que sea, puede turbar la paz de este balneario, su orden, su distribución, su modorra. Aquí se sabe de antemano lo que va a ocurrir cada día, y todos los días ocurre lo mismo, aquí todos descansan confiados en esa certidumbre y se olvidan las emociones y las congojas si es que se sufrió alguna vez. + Leer más |
Lo raro es vivir de Carmen Martín Gaite
A veces pienso —reflexioné en voz alta— que se miente por incapacidad de pedir a gritos que los demás te acepten como eres.
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El cuarto de atrás de Carmen Martín Gaite
[...] Todo podía convertirse en otra cosa, dependía de la imaginación. Mi amiga me lo había enseñado, me había descubierto el placer de la evasión solitaria, esa capacidad de invención que hace sentirnos a salvo de la muerte.
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El cuarto de atrás de Carmen Martín Gaite
El cuarto de atrás, me lo imagino también como un desván del cerebro, una especie de recinto secreto lleno de trastos barrocos, separado de las antesalas más limpias y ordenadas de la mente por una cortina que solo se descorre de vez en cuando, los recuerdos que pueden darnos alguna sorpresa viven agazapados en el cuarto de atrás, siempre salen de allí, y solo cuando quieren, no sirve hostigarlos.
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El cuarto de atrás de Carmen Martín Gaite
Creo que los viajes tienen que salir al encuentro de uno, como los amigos, y como los libros y como todo. Lo que no entiendo es la obligación de viajar, ni de leer ni de conocer gente, basta que me digan, te va a encantar conocer a fulano [...], para que me sienta predispuesta en contra, precisamente porque lo que me gusta es el descubrimiento, sin intermediarios.
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Lo raro es vivir de Carmen Martín Gaite
Hay veces en que lo normal pasa a extraordinario así por las buenas y lo notamos sin saber cómo.
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Lo raro es vivir de Carmen Martín Gaite
- A mí no me extraña. Es que todo es muy raro, en cuanto te fijas un poco. Lo raro es vivir. Que estemos aquí sentados, que hablemos y que se nos oiga, poner una frase detrás de otra sin mirar ningún libro, que no nos duela nada, que lo que bebemos entre por el camino que es y sepa cuando tiene que torcer, que nos alimente el aire y a otros ya no, que según el antojo de las vísceras nos den ganas de hacer una cosa o la contraria y que de esas ganas dependa a lo mejor el destino, es mucho a la vez, no se abarca y lo más raro es que lo encontramos normal.
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Las ataduras de Carmen Martín Gaite
- Abuelo, dice papá que no me case, siempre me está diciendo eso. ¿Será verdad que no me voy a casar? ¿Tú que dices? -Claro que te casarás. Pues él dice que yo he nacido para estar libre. - Nunca está uno libro; él que no está atado a algo, no vive. Y tu padre lo sabe. Quiere ser él tu atadura, eso es lo que pasa, pero no lo conseguirá. - Sí lo consigue. Yo lo quiero más que a nadie. - Pero no es eso, Alina. Con él puedes romper, y romperás. Las verdaderas ataduras son las que uno escoge, las que se busca y se pone uno solo, pudiendo no tenerlas. |
A rachas: Poesía reunida de Carmen Martín Gaite
Certeza Habéis empujado hacia mí estas piedras. Me habéis amurallado para que me acostumbre. Pero aunque ahora no pueda ni intente dar un paso, ni siquiera proyecte fuga alguna, ya sé que es por allí por donde quiero ir, sé por dónde se va. Mirad, os lo señalo: por aquella ranura de poniente. |
Nubosidad variable de Carmen Martín Gaite
todos son cachitos, y los voy uniendo como puedo, pero quedan cachitos para dar y tomar, vivos y coleando, empujándose para entrar en el argumento. Ahí es nada, toda una vida, a la que han afluido y siguen afluyendo muchas más y cada cual cantando su canción, cuántas aguas mezcladas, cuánto poso; y sin salir de casa, cada cajón que abro, cada nube que miro pasar por delante de mi ventana, cada palabra que oigo y cada libro que me pongo a leer estalla en mil añicos donde se espejan nuevos fragmentos de vida: historias despedazadas.
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Nubosidad variable de Carmen Martín Gaite
Debía ser bastante tarde. Venía del interior del hotel una música de blues, y a medida que seguía subiendo, con los ojos fijos en aquella fachada, surgió en mí, como una fiebre, la extrañeza. Tú conoces bien la sensación, Sofía, ese desarraigo repentino que nos hace cortar amarras con las referencias habituales, desenfoca los perfiles del mundo y nos lleva a la deriva hacia las costas de la literatura.
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Nubosidad variable de Carmen Martín Gaite
Pensar es ir saltando de una habitación en otra sin ilación aparente, estancias del presente y del pasado, algunas aún accesibles, otras cerradas para siempre o derruidas, nuestras o no, tan pronto morada estable como refugio eventual del que solamente quedó un olor o una sombra movediza proyectada en el techo
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Nubosidad variable de Carmen Martín Gaite
La sorpresa es una liebre, y el que sale de caza nunca la verá dormir en el erial.
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Nubosidad variable de Carmen Martín Gaite
Nadie más que yo se acuerda de aquel atardecer que no volvió ni volverá a repetirse nunca.
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Caperucita en Manhattan de Carmen Martín Gaite
-Hija, no nos da tiempo a nada-dijo la abuela. Fue media hora que se pasó en un vuelo. Como el tiempo de los sueños. Miranfú.
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Nubosidad variable de Carmen Martín Gaite
Todo en esta vida es pura interrupción, que no se afane tanto en separar las cosas unas de las otras, porque todas bullen al mismo tiempo, por mucho empeño que pongamos en evitarlo, lo banal mezclado con lo grave, lo presente con lo pasado, lo necesario con lo azaroso, y que de entender algo, es solo así como se entiende, aceptando esa misma confusión como pista valedera.
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Nubosidad variable de Carmen Martín Gaite
He llegado a no verle a la vida mas sentido que el de indagar su sentido.
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Nubosidad variable de Carmen Martín Gaite
A nadie se le deja de querer por sus defectos, sino porque descubres que no te interesa interpretarlos ni comprenderlos.
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Gregorio Samsa es un ...