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Nubosidad variable de Carmen Martín Gaite
A nadie se le deja de querer por sus defectos, sino porque descubres que no te interesa interpretarlos ni comprenderlos.
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Nubosidad variable de Carmen Martín Gaite
De todas las cosas que puede uno llegar a a hacer solo en la vida, reírse es la más difícil.
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El cuarto de atrás de Carmen Martín Gaite
Lo más excitante son las versiones contradictorias, constituyen la base de la literatura, no somos un solo ser, sino muchos, de la misma manera que tampoco la historia es esa que se escribe poniendo en orden las fechas y se nos presenta como inamovible, cada persona que nos ha visto o hablado alguna vez guarda una pieza del rompecabezas que nunca podremos contemplar entero.
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El cuarto de atrás de Carmen Martín Gaite
Es incalculable lo que puede ramificarse un relato cuando se descubre una luz de atención en otros ojos.
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Nubosidad variable de Carmen Martín Gaite
Todo en esta vida es pura interrupción, que no se afane tanto en separar las cosas unas de las otras, porque todas bullen al mismo tiempo, por mucho empeño que pongamos en evitarlo, lo banal mezclado con lo grave, lo presente con lo pasado, lo necesario con lo azaroso, y que de entender algo, es solo así como se entiende, aceptando esa misma confusión como pista valedera.
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La Reina de las Nieves de Carmen Martín Gaite
Por ese tiempo ya había yo empezado a entender, aunque me costara muchas rabietas aceptarlo, que a un niño nunca le contestan a derechas, que se ve obligado a crecer entre adivinanzas nunca resueltas.
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Nubosidad variable de Carmen Martín Gaite
A veces nos olvidamos de lo bueno que es suspirar. Algo aflora a través del maquillaje del alma. Es una necesidad física de tregua, como bajar el telón para empezar otro acto.
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Nubosidad variable de Carmen Martín Gaite
En este mundo de espejos hecho añicos, La Paz es un lujo efímero.
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Lo raro es vivir de Carmen Martín Gaite
- A mí no me extraña. Es que todo es muy raro, en cuanto te fijas un poco. Lo raro es vivir. Que estemos aquí sentados, que hablemos y que se nos oiga, poner una frase detrás de otra sin mirar ningún libro, que no nos duela nada, que lo que bebemos entre por el camino que es y sepa cuando tiene que torcer, que nos alimente el aire y a otros ya no, que según el antojo de las vísceras nos den ganas de hacer una cosa o la contraria y que de esas ganas dependa a lo mejor el destino, es mucho a la vez, no se abarca y lo más raro es que lo encontramos normal.
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A rachas: Poesía reunida de Carmen Martín Gaite
Certeza Habéis empujado hacia mí estas piedras. Me habéis amurallado para que me acostumbre. Pero aunque ahora no pueda ni intente dar un paso, ni siquiera proyecte fuga alguna, ya sé que es por allí por donde quiero ir, sé por dónde se va. Mirad, os lo señalo: por aquella ranura de poniente. |
La búsqueda de interlocutor de Carmen Martín Gaite
Tanto los lugares como las personas, como los libros, aun a riesgo de perderse por ellos, hay que atreverse a leerlos uno mismo. Simplemente dejándolos ser.
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El balneario de Carmen Martín Gaite
En este parque de atrás hay mucha mezcla; se topa uno con los agüistas modestos, que viven en los hoteles y pensiones de la otra orilla del río, y que vienen por la mañana a tomar sus vasos de agua al manantial. Son comerciantes pobres de provincias, gentes delgadas vestidas de luto. Pasean, toman el sol y forman sus pequeñas tertulias en voz baja. Muchas veces se les ve leyéndose unos a otros las cartas de los hijos, que han quedado al frente del pequeño negocio, y les escriben que todo marcha perfectamente, que gocen sin preocupaciones del veraneo. Desde ese parque, y también desde el paseo de delante, se ve, a un nivel más alto, en la orilla de enfrente, la cinta blanca de la carretera, que separa la montaña del río. La señorita Matilde la está viendo ahora desde su ventana. Por esta carretera, pasan los días de fiesta rojos autobuses repletos de excursionistas bullangueros que se amontonan encima del techo y asoman las cabezas por las ventanillas. Cabezas despeinadas de muchachas con las mejillas rojas de alegría. Cabezas que se apoyan en el brazo arremangado de un compañero. Desde la carretera miran las fachadas blancas y lisas del balneario, y divisan, junto a la puerta, a unas personas sentadas silenciosamente, tomando el sol, leyendo; y la sangre les hierve y no pueden soportar esa quietud. Les compadecen y les gritan adiós con toda la fuerza de sus pulmones, agitando desesperadamente brazos y pañuelos, igual que si quisieran ver agitarse y conmoverse a esas gentes, alcanzadas por la ola de su alegría, arrastradas por ella, o ver desmoronarse los blancos, aplastados edificios. Pero nadie contesta nunca a estos saludos. Solo algunos señores alzan con estupor la cabeza y miran alejarse el autobús envuelto en polvo, en gritos, en canciones; y antes de que desaparezca en la primera curva lo ven inclinarse peligrosamente hacia el lado de acá, amenazando volcar toda su carga en el río, sin que cesen por eso las risas ni la música del acordeón. Y se estremecen ante tanta sinrazón e insensatez. Luego vuelven a su lectura, y el silencio en torno se les hace aún más grato. No. Ningún autobús de excursionistas; ningún acontecimiento del mundo exterior, por triste, por alegre que sea, puede turbar la paz de este balneario, su orden, su distribución, su modorra. Aquí se sabe de antemano lo que va a ocurrir cada día, y todos los días ocurre lo mismo, aquí todos descansan confiados en esa certidumbre y se olvidan las emociones y las congojas si es que se sufrió alguna vez. + Leer más |
Las ataduras de Carmen Martín Gaite
- Abuelo, dice papá que no me case, siempre me está diciendo eso. ¿Será verdad que no me voy a casar? ¿Tú que dices? -Claro que te casarás. Pues él dice que yo he nacido para estar libre. - Nunca está uno libro; él que no está atado a algo, no vive. Y tu padre lo sabe. Quiere ser él tu atadura, eso es lo que pasa, pero no lo conseguirá. - Sí lo consigue. Yo lo quiero más que a nadie. - Pero no es eso, Alina. Con él puedes romper, y romperás. Las verdaderas ataduras son las que uno escoge, las que se busca y se pone uno solo, pudiendo no tenerlas. |
Nubosidad variable de Carmen Martín Gaite
todos son cachitos, y los voy uniendo como puedo, pero quedan cachitos para dar y tomar, vivos y coleando, empujándose para entrar en el argumento. Ahí es nada, toda una vida, a la que han afluido y siguen afluyendo muchas más y cada cual cantando su canción, cuántas aguas mezcladas, cuánto poso; y sin salir de casa, cada cajón que abro, cada nube que miro pasar por delante de mi ventana, cada palabra que oigo y cada libro que me pongo a leer estalla en mil añicos donde se espejan nuevos fragmentos de vida: historias despedazadas.
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Caperucita en Manhattan de Carmen Martín Gaite
-Hija, no nos da tiempo a nada-dijo la abuela. Fue media hora que se pasó en un vuelo. Como el tiempo de los sueños. Miranfú.
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Nubosidad variable de Carmen Martín Gaite
En este mundo de espejos hecho añicos, la paz es un lujo efímero |
Gregorio Samsa es un ...