No es de lo que más me ha gustado de Antunes, pero siempre es interesante el aullido del lobo. |
No es de lo que más me ha gustado de Antunes, pero siempre es interesante el aullido del lobo. |
“Nada a no ser de vez en cuando un escalofrío en los árboles y cada hoja una boca en un lenguaje sin relación con las demás, al principio ceremoniosas, dudaban, pedían permiso, y después palabras destinadas a ella y de las que se negaba a entender el sentido, cuántos años hace que me atormentan, no tengo que darles explicaciones, suéltenme…” Voces, las que oye Cristina, interna en una clínica psiquiátrica de Lisboa, y que la instigan a escribir un libro cuatro décadas después de lo vivido durante su infancia en la guerra civil de Angola (unas voces que también, como Lobo Antunes ha confesado más de una vez, le dictan a él sus novelas). Voces que se mezclan en su cabeza, superponiéndose, interrumpiéndose, profundizando unas en el discurso de las otras, contradiciéndose a veces, puntualizando otras, la de su madre, que llegó a Angola procedente de Portugal para trabajar de “corista”, la de su padre, que no es su padre, de raza negra y antiguo cura, torturador en la "Comisión de las Lágrimas", voces que enmarañan pasado y futuro en un presente continuo, que confunden lo verdadero con lo imaginado, lo real con lo soñado o intuido, en un incesante y confuso discurso que no se sabe si responde a la locura o la lucidez. “…la chica que no dejaba de cantar mientras le pegaban, la levantaban con un gancho, la dejaban caer, se oían sus encías contra el cemento y ella cantando con las encías, una bala en el vientre y cantaba, una bala en el pecho y cantaba, incluso sin nariz y sin lengua, y la nariz y la lengua sustituidas por coágulos rojos, seguía cantando, creyeron callarla con un revólver en el corazón y los arbustos del patio temblaban, me pregunto si en lugar de los arbustos eran mis manos que no encontraban reposo…” Los tiempos, las voces, se van sucediendo sin aviso, una frase es iniciada por la madre y los abusos de los que fue objeto en Portugal y terminada por la hija en su presente de clínica tras la irrupción del padre con sus venganzas durante el conflicto bélico por las humillaciones recibidas. Todo el texto es un flujo continuo de pensamientos que nos puede sonar al Faulkner más oscuro y que a mí me recuerda también a Thomas Bernhard: ambos escriben de forma torrencial y obsesiva, ambos mantienen sus letanías, sus numerosas repeticiones a lo largo de toda la narración, y si bien el estilo de Lobo es, a diferencia del de Bernhard, entrecortado y caótico, es igual de hipnótico. “…qué extraño el cuerpo y los caprichos del cuerpo, tantos chismes dentro, glándulas, bilis, odio, mientras nosotros simples, media docena de deseos, media docena de recuerdos…” También Antunes, como Bernhard, recrean en cada novela su personalísimo e inmediatamente identificable universo que hay que leer como se escucha una canción de su (y mi) admirado John Coltrane, siguiendo su fraseo de palabras que, como a disgusto con su suerte, parecen haberse mudado a otro párrafo que parece estar buscando su sitio entre otros párrafos con los que, aunque no mantiene un orden lineal, comparte la animadversión por los adjetivos, la economía de verbos y el gusto por la musicalidad, el ritmo sincopado y los elocuentes silencios. “… no es que no me apetezca escribir esto mejor, es que tengo demasiadas cosas hirviéndome en la cabeza…” No me extraña en absoluto que críticos y escritores como Antonio Orejudo hablen de guirigay inexpugnable al comentar la novela. Entiendo perfectamente que muchos lectores abandonen en las primeras páginas, a mí mismo me costó terminar el último tercio de este texto exigente, agotador, incluso excesivo en sus machaconas y obsesivas letanías. Aun así, y hasta ese último tercio, Antunes logró conmoverme y horrorizarme en su intento por llenar el silencio con el que se quiere rodear muchas veces los conflictos bélicos (“nosotros los negros nacemos para el olvido”), un silencio que se establece incluso entre los miembros de las propias familias que tienen que superar cada uno por su cuenta su guerra particular, mucho más en este tipo de conflictos civiles en los que se aprovecha la situación para dar rienda suelta a revanchas y venganzas por los desprecios y humillaciones sufridos, en los que se ajustan cuentas por rivalidades o simples envidias. “… si las bocas de las hojas entretenidas con el viento y las voces no me escuchan, tal vez haya dejado de existir y me haya convertido en otras cosa pero en qué cosa…” + Leer más |
'De la naturaleza de los dioses' es el último libro del gran patriarca de las letras portuguesas.
Enlace: https://www.elperiodicodeara.. |
El escritor luso retrata las desigualdades y la violencia de la sociedad portuguesa en su última novela, 'De la naturaleza de los dioses'.
Enlace: https://www.elmundo.es/cultu.. |
He estado pensando cómo hablaros de él y me resulta difícil porque Antunes tiene una forma de escribir muy peculiar. La historia no tiene la típica estructura a la que estamos acostumbrados, cada capítulo es una especie de monólogo interno de un personaje mezclando pensamientos, recuerdos, deseos... hasta alucinaciones. Me costó un poco entrar en la narración porque solo me transmitía desorden, era un sinsentido. Pero poco a poco me fui dando cuenta de que todo es una misma historia, solo cambia el narrador, y cada uno lo cuenta desde su posición y su punto de vista. Así se forma una novela coral a 10 voces brutales, con personalidades muy marcadas, personajes excéntricos, trastornados, derrotados, perdidos... Muy conseguido. Es una lectura bastante exigente pero una vez que entras vale mucho la pena. Estuve buscando un poco de info sobre el autor y descubrí que era psiquiatra y luchó con el ejército portugués en Angola, dos hechos que creo que han influido muchísimo en su obra, ya que tanto la guerra como las enfermedades mentales están muy presentes en el libro. Si queréis leer algo diferente, con un toque orínico y sorprendente os lo recomiendo. Aunque cueste un poco. + Leer más |
Como el culo le ha ido a este trasunto del autor en los ocho años transcurridos desde los casi tres pasados como médico militar en la colonia portuguesa de Angola. El recuerdo de la mutilación y la muerte de compañeros, de nativos, de la amante negra le atormenta en cada uno de sus días y en cada una de sus noches en las que no se puede quitar de la cabeza esa guerra estúpida e injusta en la que se obstinó la dictadura salazarista de Caetano mantenida con el apoyo de familias como la suya. “…una muerte en la que nada había de común con la muerte aséptica de los hospitales, agonía de desconocidos que solo aumentaba y reforzaba mi certeza de estar vivo… y me ofrecieron el vértigo de mi propio fin en el fin de los que comían conmigo, dormían conmigo, hablaban conmigo…” Noches como esta en la que, presumimos que una vez más, le cuenta su vida a una mujer cualquiera encontrada en un bar en un monólogo que bien pudiera haber sido transcrito sin capítulos ni puntos y aparte a la manera de un derrotado Thomas Bernhard con el que comparte el sentimiento de amor y odio hacia su propio país. Al igual que con el escritor austriaco, leer a Lobo Antunes requiere concentración máxima. No es difícil perderse en los muchos afluentes que se abren en el curso principal que forman sus interminables frases llenas de rincones polvorientos, soportales oscuros, habitaciones que huelen a cerrado con sabanas empapadas de sudor culpable, donde las metáforas cabalgan unas sobre otras en una selva que en muchas ocasiones hay que ir abriendo a machetazos de relectura. Todo puede estar animado en el universo de Lobo, los sonidos, los objetos, los edificios, todo puede tener intenciones y deseos, todo puede remitir a otra cosa por delgado que sea el hilo que las una. Y sin embargo, el esfuerzo que su lectura requiere será ampliamente recompensado por este monólogo sobre la desintegración moral de una víctima más de la guerra que usa la palabra como catarsis y que se embarca en una nueva y triste aventura erótica con una desconocida en la inútil esperanza de encontrar una grieta por la que poder escapar de sí mismo aunque solo sea una noche, aun sabiendo que terminará, como todas las noches, con “el chapoteo del bidé, donde las grandes efusiones se desvanecen a costa de jabón, ardor y agua tibia.” “Tal vez me descubra unicornio, la abrace, y usted agite los brazos espantados de mariposa clavada en un alfiler, empalagosa de ternura” Una poética diatriba de alguien al que obligaron a ir donde no le correspondía y que volvió lleno de culpa y vergüenza a un país que ya no reconocía, al que ya nunca podría volver a sentir como suyo. Un grito de socorro por la soledad del que no se siente partícipe de la vida, del que no comprende como todo y todos pueden seguir con la suya como si nada hubiera pasado. “Lo que los demás exigen de nosotros, ¿entiende?, es que no los cuestionemos, no sacudamos sus vidas en miniatura selladas contra la desesperación y la esperanza, no rompamos sus acuarios de peces sordos flotando en el agua fangosa del día a día, aclarada al bies por la lámpara soñolienta de lo que llamamos virtud y que sólo consiste, si se la observa de cerca, en la ausencia tibia de ambiciones.” Aunque de vez en cuando se encuentran perlitas de ingenio en forma de metáfora, como cuando asemeja a las cacatúas de cabezas ladeadas con contempladores de cuadros o cuando señala el puro de gestor como el complemento perfecto de los camellos y sus caras de aburrimiento, o cuando nos habla de la máquina de coser que tosía hilos y botones o los ascensores que subían y bajaban por los edificios como nueces de adán, la verdad es que el humor no abunda en la literatura de Lobo, a no ser que queramos ver un humor de cara de palo a lo Buster Keaton cuando se refiere a aquel árbol inesperado que surgió del bosque para explicar cómo unos compañeros estrellaron su coche, o cuando revela el macabro juego de descubrir en los rostros de los compañeros los futuros habitantes de los féretros que transportaban. Aunque, por otro lado, también es posible hallar una cierta dosis de humor negro cuando se piensa en la paciente y sufrida desconocida del bar. Uno se pregunta, dado el estado del protagonista, en qué estado andará esta señora para querer aguantar una vomitona de más de doscientas páginas de rabias y penas y aun así querer acompañarlo a su casa seducida por la posibilidad de “una noche de amor tan insulso como la merluza congelada del restaurante”. Mucho instinto maternal me parece para una señora a la que ya se le empiezan a notar las arrugas y las patas de gallo. Y a uno, que le parece un poco pervertido el método de seducción, le da por pensar si no será la señora solo un deseo imaginado de compañía producto del alcohol, una extraña fantasía masturbatoria con la que contrarrestar tanta muerte y tanta cobardía en una fría, solitaria y nostálgica noche lisboeta. Lo que ocurre es que en este nuevo escenario es mucho más difícil encontrar el chiste, es todavía más horrible el aislamiento y la soledad que vive el protagonista de este doloroso relato y que ya solo pretende la felicidad de una digestión sin acidez. “Porque siempre he estado aislado, durante la escuela, el instituto, la facultad, el hospital, el matrimonio, aislado, aislado con mis libros demasiado leídos y mis poemas pretenciosos y vulgares, el ansia de escribir y el tormento de no ser capaz, de no lograr traducir en palabras lo que deseaba gritar al oído de los otros y que era Estoy aquí, Miradme que estoy aquí, Oídme hasta en mi silencio y comprended” + Leer más |
Debo confesarlo, me da pereza empezar un libro de Lobo. La razón es simple, sé lo que me voy a encontrar. Pero justo ese saber es lo que me hace volver a él una y otra vez y ser testigo nuevamente de su necesidad de catarsis. Lobo es como esos futbolistas excepcionales que aun sabiendo por dónde te atacará, como te regateará y hasta en qué momento lo hará, consigue pasarte tal cual lo sabías. Y no es que sea fácil leer a Lobo. Él decía que sus novelas había que aprehenderlas como el que es contagiado por una enfermedad, y efectivamente, hay que dejarse infectar por su lírica, por el entrecruzamiento de voces, modulaciones de una misma voz, por los vacíos, por la prevalencia de la forma sobre el fondo -la historia es lo que menos le preocupa al autor y lo que menos tiene que preocupar al lector que deberá esforzarse por encontrar las claves que la narración propone-, por sus letanías y repeticiones, por el ritmo y la música que de ellas surge, por las imágenes que se entrelazan en una misma secuencia potenciándose unas a otras, por los personajes que se mueven entre las escenas que forman un continuo, de un presente a un pasado, de un pasado a un sueño… Sí, da pereza empezar con Lobo, pero una vez empezado da rabia tener que parar y pena llegar a la última palabra. + Leer más |
No, no y no. En ningún momento he encontrado sentido a la historia, es más, todavía no sé qué ha querido contar el autor, vale que relata una época y la vida de una familia desde distintas voces, pero es que no sé qué interés tiene lo que cuenta y durante tantas páginas. Hay algunas cosas que me han atraído como la perdida de la quinta, la hermana y poco más, lo demás no me ha gustado , ni la historia ni la forma ni la portada. Libro para olvidar y sensación de tiempo perdido. |
“¿Cuándo fue que me jodí?” "Memoria de elefante" es una primera novela soberbia pero aquejada de uno de los defectos que suelen tener estas primeras (grandes) novelas: las muchas reescrituras que (parece) tener el texto buscando siempre una palabra más precisa, una metáfora más explicativa, una frase más ingeniosa con las que construir el párrafo perfecto (nunca alcanzado del todo), en las que el autor (parece) fue introduciendo más y más referencias artísticas, metáforas, símiles, imágenes... sobre las que desplegar un estilo barroco, obligando al lector a una pausadísima lectura jalonada de constantes parones en busca del sentido de tanta referencia que, en mi caso, la cultura y la mala memoria no son capaces de solventar por sí mismas. “La noche de las calles y de las plazas, ese viernes, se le asemejaba al médico a las noches de infancia cuando, acostado, oía, venidos del despacho, aquellos duetos de ópera que llegaban a su cama bajo la forma de discusiones temibles, el padre-tenor y la madre-soprano insultándose a gritos con un fondo tétrico de orquesta que la oscuridad ampliaba hasta que uno de ellos ahorcaba al otro con el nudo corredizo de un do sostenido, al que seguía el terrible silencio de las tragedias consumadas: alguien yacía en la alfombra en un charco de corcheas, asesinado a golpes de bemoles, y maestros plañideros, vestidos de negro, subirían en breve la escalera cargando un ataúd que se parecía a un estuche de contrabajo, con el crucifijo de dos batutas cruzadas en la tapa.” Esto, que parece una pataleta por el esfuerzo que la lectura me precisó (y lo es), no empaña del todo la, en cualquier caso, brillantez de la palabra precisa, de la metáfora luminosa y de la frase ingeniosa con las que talló cada párrafo (casi) perfecto para contarnos con su característico aire catártico (aunque todavía no adopte la forma de letanía de sus obras más maduras) la crisis existencial de un sujeto muy semejante al autor en los tiempos en los que escribió la novela. “Y acabamos fatalmente desembocando en la pregunta esencial, que se encuentra por detrás de todas las otras cuando todas las otras se apartan o han sido apartadas y que es, si me permiten, Quién Soy Yo? Me interrogo y la respuesta vuelve, obcecadamente, invariablemente, así: Una Mierda.” El sarcasmo y el corrosivo humor del personaje no consigue (no lo intenta) tapar su extrema fragilidad de hombre descontento consigo mismo. Harto de su profesión de psiquiatra ("los clasificadores pomposos del sufrimiento, de los pirados de la única sórdida forma de locura que consiste en vigilar y perseguir la libertad de la demencia ajena"), enemistado consigo mismo por no osar dedicarse a la escritura ("Pertenezco irremediablemente a la clase de los mansos refugiados tras el cercado"), atormentado por un pasado militar en Angola, acomplejado por su origen burgués y aquejado de una trasnochada masculinidad que le hace "esconder la ternura de la que me avergüenzo y el afecto que me asusta" aunque "bajo el desafío, la agresividad, la arrogancia, se oculta una llamada afligida, un grito de ciego, la mirada desgarradora de un sordo que no entiende y busca en vano descifrar, en los labios de los demás, las palabras apaciguadoras que necesita". Tal es la culpa que arrastra que decide alejarse de su mujer, que le sigue amando y de la que él sigue enamorado, y de sus dos hijas, a las que añora dolorosamente, como una forma de expiación en la que seguir dedicado a ser el “mayor espeleólogo de la depresión” deseando únicamente descansar de sí mismo (“¿qué haría yo si estuviese en mi lugar?”). “… mi voluntad inexpresada de entrar de nuevo en tu útero para un prolongado sueño mineral sin sueños, paua de piedra en esta carrera que me aterroriza y que, se diría, se me impone desde el exterior, enfebrecido trote de la angustia rumbo al reposo que no hay.” + Leer más |
Esta novela lleva por subtítulo POEMA, y, como ya dije en otro sitio, Lobo es lo más cercano a la poesía que soy capaz de disfrutar (Woolf también está por ahí cerca y Faulkner). Me cuesta entrar en ese mundo lírico, como me es a veces difícil penetrar en la literatura de Lobo, y aun así, cuando lo consigo, y al final (casi) siempre lo consigo, es como uno de esos libros con dibujos en 3D llenos de láminas con puntitos aparentemente sin sentido que de pronto, en un segundo, algo hace click en la cabeza y todo se reordena para mostrarnos lo que parecía imposible. Hay que tener paciencia, no se puede entrar con prisas en la noche oscura que es esta difícil novela, y una de las grandes del autor, en esta bruma o niebla que se va disipando lentamente, nunca del todo, para dejarnos entrever los perfiles de esas cosas que parecen vivas (fichas avarientas, teléfonos que gritan, asientos que sueñan con tapiceros, vestidos que se arrastran, alhelíes de puntillas…), de esas personas que parecen muertas (Leopoldina, el viejo con tiza en la solapa, la muchacha con la llave en la mano, el hombre del cigarrillo encendido, la inválida, la niña huérfana…). Muchas imágenes en apariencia caóticas, desordenadas, como esa colección de fotografías descoloridas y rasgadas encontradas en el desván con las imágenes de personas de otra época, anónimas algunas, casi desconocidas otras o apenas distinguibles o solo intuidas en su parte rota. Piezas de un puzzle en el que, sin imagen que nos guie, estamos obligados a ir probando su encaje no siempre posible. Un puzzle en el que van apareciendo lugares como Mozambique antes de la culata de ametralladora, con sus pavos reales también en Estoril, donde su padre, olor a pobre, traficante de armas, en una cama de hospital, muerto o no; donde su madre, odiando el olor a pobre, su bolso con pañuelo y rosario, con el chofer, ya no con el general; su hermana, tan guapa, tan rubia, tan blanca, sepultada en la revista de decoración, con los bombones que no come, con los espejos que engordan; el abuelo y la abuela, unos espantajos, y la ímbécil de Adelaide… o solo inventos, fantasías, mentiras, historias para que el psicólogo utilice el bloc y no muerda la pluma. También Tomar, siempre hay luna en sus noches, Murtal y las camionetas con destino al Algarve o Galicia, Alcabideche o Birre, Sagres, donde se resuelven las cuestiones, las dunas de Guincho, el olor a pobre de Alcoitao, el sótano en Algés, Leiria… “…al décimo cigarrillo sin hablar de Leiria o de la edad o de enfermedades, sin ningún beso ni brazo cogido del mío puesto que todos los desconocidos me parecían vecinos que también se entretenían con silencio y mariscos… al décimo cigarrillo en el que se apagaron noviazgos con el tacón volvimos a Alcoitao cada cual es su asiento de autobús, él todo agobios junto al conductor, yo más atrás pensando en mi abuela y Leiria imposibles, la cama con dorados, tal vez un perro, por qué no un perrito que alegre la casa, muebles elegidos por mí, una alianza con el nombre y la fecha y me dieron ganas de llorar, los agobios junto al conductor y Leiria de nuevo, muebles lacados, un pequeño patio, el perro… los agobios bajaron antes que yo cuando las farolas de la calle crearon la noche y balcones encendidos, la puerta chirrió al cerrarse llevando consigo la alianza y el perro…” Palabras al revés o cortadas, palabras que se omiten en medio de una frase, letras que no aparecen en medio de una palabra, frases que se repiten dos párrafos después, frases que niegan otras frases, puro Lobo, que van recogiendo recuerdos, fantasías, sueños, mentiras, miedos, peligros, advertencias, catástrofes, penurias que convergen en la invención o en la imagen de la ceniza de un puro o en una cucharada de sopa. Figuras que quedan atrás o en los lados, el presidente Krüger, yugoslavos, negros, árabes, el psicólogo, el médico cerca de las rodillas de la hermana, la enfermera cerca de su padre, el abogado, el judío, el chofer, el jardinero, las criadas acechando tras las cortinas, limpiando lo ya limpio, ordenando lo ya ordenado… “… la gratitud, Dios mío, el teatro de los pobres… esa forma que ellos tienen de retorcerse entre cólicos de disculpa… no se preocupan los unos por los otros, en eso son diferentes de nosotros…ni una lágrima, ni una queja, pobres, no se dan cuenta, no sufren como nosotros, no sienten a veces…me pregunto si tendrán alma… nuestra burrada es que las tratamos como personas y no son personas, como nuestras iguales y no son iguales, casi criaturas de Dios, casi parientes, casi amigas y no son criaturas de Dios ni parientes ni amigas, faltas de educación, decepciones, disgustos, no reconocen lo que les damos, la generosidad, la paciencia y ellas para colmo hablan mal de nosotros después de robarnos, se ríen sin causa y lloran sin motivo…infelices a quién mi abuelo no miraría un segundo…” Y, por supuesto, María Clara, Clara, Clariña, el hombre de la casa, hija, nieta, hermana, esposa, quién sabe qué más, inventando tantas cosas en el diván del psicólogo, “mi madre tal vez, mi padre sin duda”, escribiendo en su diario antes de que llegue su marido, el hijo acostado, lo que ocurrió segundo a segundo en los últimos diez años, fabricando pasados en los que sentada en la mecedora del desván, hurgando en baúles, en el bolso sobre el arcón, empezando a saber, detestando las camas sin hacer, las cremas sin tapa, maleducada, caprichosa, “al fin y al cabo no somos pobres, no debemos en la carnicería, no nos han cortado la luz y nos respetan”, modales de criada, “¿Te has dado cuenta de lo fea que eres?”, su hermana es otra cosa. Mintiendo. “… mi madre y mi padre me duelen por dentro, mi hermana me duele por dentro, yo me duelo por dentro y por dolerme por dentro invento sin parar esperando que imagine que invento y en cuanto imagine que invento y no crea en mí me vuelvo capaz de ser sincera con usted…” Todo emerge como de un sueño, de un delirio, con la sorpresa de que nada pasó como creían, una pesadilla de dibujos en 3D llenos de puntitos aparentemente sin sentido que de pronto, en un segundo, algo hace click en la cabeza y todo se reordena para mostrarnos lo que no ocurrió, lo que nunca debió ocurrir, lo que, a pesar de todo, ocurrió y no ha terminado. + Leer más |
No sé por qué retorcimiento mental me gustan las novelas cuya lectura requieren un esfuerzo añadido, una íntima complicidad con ese autor que lo subordina casi todo a la fuerza de un estilo. Porque eso son en general las novelas de Antunes, un estilo, una forma particular de expresar emociones, de plasmar las contradicciones y la complejidad del corazón y la mente humana, siendo la trama apenas un pretexto. “Para mí, la intriga muchas veces no es más que el clavo del cual se cuelgan los cuadros” Sin embargo, ese no es el caso de esta novela, aquí hay una trama, esto es, una sucesión de hechos que nos mantiene a la expectativa de lo que pueda suceder. El punto de partida es la elección de un juez de instrucción que debe llevar a cabo el interrogatorio a un supuesto miembro de una célula terrorista gracias a un pasado en común: el juez, hijo del guardés del abuelo del terrorista, mantuvo con él una amistad que desde la infancia estuvo condicionada por sus distintos orígenes. El objetivo será dar caza a toda la célula terrorista, para lo cual la policía idea un plan en el que ambos son utilizados sin muchas consideraciones. Hay un punto más que la diferencia de otras obras del autor: el humor. Aunque sus obras no están totalmente exentas de humor, este se presenta en pequeñas píldoras, en chispazos. Por el contrario, aquí el humor está presente a lo largo y ancho de toda la novela. Un humor trágico que banaliza a todos los personajes en su trivialidad, en su estupidez, en su insulsa y, en el fondo, mediocre vida a pesar de lo tremendo de los hechos en los que se ven envueltos. El autor consigue indignarnos mientras nos divierte con la forma en la que combina el relato de unos hechos terribles perpetrados por personajes tan siniestros como penosos y las peripecias vulgares de sus prosaicas vidas, las patéticas cuitas que ocupan su mente en cada uno de esos momentos. Pero más allá de esas diferencias, la novela es puro Lobo. Se las verán con sus características frases interminables en las que se entrecruzan diálogos, descripciones o pensamientos alternando la primera y la tercera persona, y que a veces solo están separadas de la siguiente frase-párrafo por una de esas letanías que se van repitiendo en el transcurso de la novela (“Yo soy Don Juan, emperador de todos los reinos del mundo”). Tampoco podía faltar la mezcla de voces y tiempos distintos que conviven incluso en una misma frase, aunque en realidad sean siempre la misma voz metamorfoseada en cada uno de los personajes que protagonizan los varios hilos narrativos con los que teje la intrincada tela de araña de cada capítulo, aunque sea siempre el mismo tiempo, porque el pasado de los personajes de Lobo, y fundamentalmente la infancia, está irremediablemente unido a su presente y marca su futuro. Encontrarán, como es habitual, historias interrumpidas momentáneamente por sucesos de un futuro o un pasado más o menos remoto con una relación oblicua con la narración principal y que, no obstante, nos va completando pincelada a pincelada el retrato de cada uno de los personajes. Un retrato que también se completará y matizará con los puntos de vista de personajes secundarios que nos darán otra visión que a veces modificará el retrato de forma sustancial. Leerán diálogos en los que se enfrentarán tres o cuatro conversaciones que se irán alternando. Hallarán sus imposibles combinaciones de palabras (“grisuras trapezoidales, pasmo de loza, ondulación de insomnio…”), sus personificaciones (frigoríficos que roncan o sufren cambios de humor, olivos que respiran, manteles que se olvidan de sí mismos, geranios que mastican cortinas…), la elocuencia de sus minimalistas descripciones (“amargura de cáncer, prisa de liebre, paz de olvido, inmovilidad tensa de emboscada, arrebato de trombosis…”). Si van a leer a Lobo deben tener muy presente que en el viaje que el autor nos propone en cada novela lo importante es siempre el camino y no la meta, y que será un placer cada desvío, cada rodeo, cada recoveco y rincón oscuro al que nos conduzca su desbordante oratoria, y no serán pocos. Que la disfruten. + Leer más |
Toda la obra de Lobo forma, en mi opinión, un solo libro. El estilo es tan poderoso, tan evocador, que domina y sobrepasa la historia relatada, por muy dura que esta sea. Como suele ser habitual, la novela está compuesta por los diálogos interiores de cada uno de los personajes (según parece, a su vez, esos diálogos se estructuran como una corrida de toros, pero yo, que no soy aficionado, no he captado esa semejanza). Y, como también suele ser habitual, esos diálogos están llenos de reiteraciones, de frases que se repiten como una letanía; frases que, en muchos casos, se van acortando a medida que avanza la narración hasta quedar muchas veces reducidas a una palabra que es suficiente para inspirar todo lo que encerraba la frase o el párrafo original. Todo es presente. El pasado vive en los personajes con la misma fuerza que los hechos presentes con los que se entreteje como si fueran un solo tiempo, pero un tiempo difuminado, sin márgenes precisos. A los personajes, cómo no, la vida les ha pasado por encima, derribándolos sin posibilidad de levantarse (en algún caso literalmente). No faltan tampoco los hijos de puta, quizá infelices, pero nunca arrepentidos. Y no puede faltar el personaje inocente, maltratado, resignado. Todos ellos hablan con la misma voz, como si no fueran personalidades distintas, sino varias modulaciones de una. Lobo es una de mis gigantescas debilidades. El disfrute que siento debe ser lo más parecido a leer poesía (coto vedado para mí), algo que te penetra hasta lo más hondo y que comprendes o no, que sientes o no, sin que la razón intervenga. Su bioquímica no está basada en el carbono. + Leer más |
Esta novela del « nobelisable » Lobo Antunes es un texto fragmentado, polifónico, sin sintaxis et profuso en flujos de consciencia. Es una escritura de la repetición, una logorrea con un componente poético fuerte. El tema del libro son las 6 horas de agonía de la madre un domingo de Semana Santa en Lisboa. La escritura tiende a la transparencia con elementos como las voces, la realidad, la ficción, las mentiras, la verdad, los sueños, etc, que van a superponerse y repetirse a lo largo del texto como una encantación, como un desliz de la memoria. Qué lectura tan ardua. Me ha gustado el contenido, pero he detestado la forma. Con cada capítulo era necesario individualizar al narrador. Además, en el discurso se mezclan los muertos (el padre, la hija Rita, algunos antepasados) con los vivos. Felizmente que algunas notas de humor negro transitan en el texto y agregan algo de liviandad. El título del libro es enigmático, poético. Es una frase que repite la hija mayor, Beatriz, a lo largo del libro, como una letanía. Beatriz que la madre considera como una loca El autor se inspiró para nombrar sus capítulos de la tourada o corrida portuguesa, probablemente porque esta corrida termina con una estocada final y un último suspiro. Es un texto de 400 páginas con la narración de las 6 últimas horas de la madre. La familia Marques, otrora rica y poderosa, hoy en día está arruinada y decadente. El padre dilapidó la fortuna en el casino y con sus amantes. Cuando la madre, 67 años, entra en agonía, sus hijos desfilan por el dormitorio mezclando ideas en sus cabezas, ideas con recuerdos que se repiten hasta el vértigo. (Existe un capítulo del libro con una sola frase). La quinta de la familia, muy desmejorada, alberga aún a un hijo bastardo, anormal, cuyo nombre nunca se pronuncia y que ellos no muestran a las visitas, ha quedado abandonado con los peones cuando la familia se trasladó a Lisboa. La madre nunca fue afectuosa con sus hijos que quedaron al cuidado de Mercilia, la criada de confianza que es una bastarda del abuelo Marques. Mercilia se había ocupado de criar también a la madre, una madre que maldice el cielo por haberle dado estos hijos. La mayor es Beatriz, abandonada por 2 maridos, elle sueña con la sombra de los caballos, la loca según la madre. Viene enseguida Francisco que ha luchado con las cuentas de la familia y los detesta a todos, esperando el último suspiro de la madre para quedarse con todo (lo que queda, ha adulterado los testamentos); con el dinero partirá lejos y tiene pensado despedir a Mercilia de inmediato, ella que los crió a todos como los hijos que nunca tuvo. Sigue Ana, la fea, tan fea que la madre duda que sea su hija; Ana es una drogadicta que sólo vive para la droga y que buscaba a gritos el amor de un padre excéntrico y ausente. El menor es Joao, pedófilo siempre preocupado de salir al parque en búsqueda de chicos jóvenes. Y Rita, que falleció de cáncer, aún presente en el pensamiento de todos. Todos estos personajes « maravillosos » protagonizan capítulos de la triste y decadente saga de la familia Marques donde resalta el rencor, los silencios, los desgarros, las envidias, los gestos inconclusos. Una lectura difícil aunque interesante. Enlace: https://pasiondelalectura.wo.. + Leer más |
Gregorio Samsa es un ...