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Dolores Vilavedra (Otro)Mario Merlino (Traductor)
ISBN : 8478445536
212 páginas
Editorial: Ediciones Siruela (30/11/-1)

Calificación promedio : 4/5 (sobre 1 calificaciones)
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
Guille63
 13 March 2023
Como el culo le ha ido a este trasunto del autor en los ocho años transcurridos desde los casi tres pasados como médico militar en la colonia portuguesa de Angola. El recuerdo de la mutilación y la muerte de compañeros, de nativos, de la amante negra le atormenta en cada uno de sus días y en cada una de sus noches en las que no se puede quitar de la cabeza esa guerra estúpida e injusta en la que se obstinó la dictadura salazarista de Caetano mantenida con el apoyo de familias como la suya.

“…una muerte en la que nada había de común con la muerte aséptica de los hospitales, agonía de desconocidos que solo aumentaba y reforzaba mi certeza de estar vivo… y me ofrecieron el vértigo de mi propio fin en el fin de los que comían conmigo, dormían conmigo, hablaban conmigo…”

Noches como esta en la que, presumimos que una vez más, le cuenta su vida a una mujer cualquiera encontrada en un bar en un monólogo que bien pudiera haber sido transcrito sin capítulos ni puntos y aparte a la manera de un derrotado Thomas Bernhard con el que comparte el sentimiento de amor y odio hacia su propio país.

Al igual que con el escritor austriaco, leer a Lobo Antunes requiere concentración máxima. No es difícil perderse en los muchos afluentes que se abren en el curso principal que forman sus interminables frases llenas de rincones polvorientos, soportales oscuros, habitaciones que huelen a cerrado con sabanas empapadas de sudor culpable, donde las metáforas cabalgan unas sobre otras en una selva que en muchas ocasiones hay que ir abriendo a machetazos de relectura. Todo puede estar animado en el universo de Lobo, los sonidos, los objetos, los edificios, todo puede tener intenciones y deseos, todo puede remitir a otra cosa por delgado que sea el hilo que las una.

Y sin embargo, el esfuerzo que su lectura requiere será ampliamente recompensado por este monólogo sobre la desintegración moral de una víctima más de la guerra que usa la palabra como catarsis y que se embarca en una nueva y triste aventura erótica con una desconocida en la inútil esperanza de encontrar una grieta por la que poder escapar de sí mismo aunque solo sea una noche, aun sabiendo que terminará, como todas las noches, con “el chapoteo del bidé, donde las grandes efusiones se desvanecen a costa de jabón, ardor y agua tibia.”

“Tal vez me descubra unicornio, la abrace, y usted agite los brazos espantados de mariposa clavada en un alfiler, empalagosa de ternura”

Una poética diatriba de alguien al que obligaron a ir donde no le correspondía y que volvió lleno de culpa y vergüenza a un país que ya no reconocía, al que ya nunca podría volver a sentir como suyo. Un grito de socorro por la soledad del que no se siente partícipe de la vida, del que no comprende como todo y todos pueden seguir con la suya como si nada hubiera pasado.
“Lo que los demás exigen de nosotros, ¿entiende?, es que no los cuestionemos, no sacudamos sus vidas en miniatura selladas contra la desesperación y la esperanza, no rompamos sus acuarios de peces sordos flotando en el agua fangosa del día a día, aclarada al bies por la lámpara soñolienta de lo que llamamos virtud y que sólo consiste, si se la observa de cerca, en la ausencia tibia de ambiciones.”

Aunque de vez en cuando se encuentran perlitas de ingenio en forma de metáfora, como cuando asemeja a las cacatúas de cabezas ladeadas con contempladores de cuadros o cuando señala el puro de gestor como el complemento perfecto de los camellos y sus caras de aburrimiento, o cuando nos habla de la máquina de coser que tosía hilos y botones o los ascensores que subían y bajaban por los edificios como nueces de adán, la verdad es que el humor no abunda en la literatura de Lobo, a no ser que queramos ver un humor de cara de palo a lo Buster Keaton cuando se refiere a aquel árbol inesperado que surgió del bosque para explicar cómo unos compañeros estrellaron su coche, o cuando revela el macabro juego de descubrir en los rostros de los compañeros los futuros habitantes de los féretros que transportaban.

Aunque, por otro lado, también es posible hallar una cierta dosis de humor negro cuando se piensa en la paciente y sufrida desconocida del bar. Uno se pregunta, dado el estado del protagonista, en qué estado andará esta señora para querer aguantar una vomitona de más de doscientas páginas de rabias y penas y aun así querer acompañarlo a su casa seducida por la posibilidad de “una noche de amor tan insulso como la merluza congelada del restaurante”. Mucho instinto maternal me parece para una señora a la que ya se le empiezan a notar las arrugas y las patas de gallo. Y a uno, que le parece un poco pervertido el método de seducción, le da por pensar si no será la señora solo un deseo imaginado de compañía producto del alcohol, una extraña fantasía masturbatoria con la que contrarrestar tanta muerte y tanta cobardía en una fría, solitaria y nostálgica noche lisboeta. Lo que ocurre es que en este nuevo escenario es mucho más difícil encontrar el chiste, es todavía más horrible el aislamiento y la soledad que vive el protagonista de este doloroso relato y que ya solo pretende la felicidad de una digestión sin acidez.

“Porque siempre he estado aislado, durante la escuela, el instituto, la facultad, el hospital, el matrimonio, aislado, aislado con mis libros demasiado leídos y mis poemas pretenciosos y vulgares, el ansia de escribir y el tormento de no ser capaz, de no lograr traducir en palabras lo que deseaba gritar al oído de los otros y que era Estoy aquí, Miradme que estoy aquí, Oídme hasta en mi silencio y comprended”
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