Recuerdo que cuando lo empecé a leer no me convencía, pero me alegro de haber insistido. Simplemente, me encantó.
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Recuerdo que cuando lo empecé a leer no me convencía, pero me alegro de haber insistido. Simplemente, me encantó.
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Esta novela es absolutamente deslumbrante por muchos motivos. Carpentier dice en el prólogo que la crónica de América no es sino la crónica de lo real maravilloso. Y a decir verdad, si no hubiese estado googleando a los personajes reales y los escenarios y eventos que inspiraron a Carpentier, hubiese pensado que se trataba de un delirio del escritor. Pero no: todo lo que Carpentier cuenta sucedió. Quizás lo más inverosímil de todo sea que una rebelión esclava, la primera del continente, haya resultado en la creación de un reino de Haití, con todo y palacetes versallescos, de negros europeizados que se dedicaron a explotar hasta la muerte a los ex-esclavos, que caído el sistema esclavista se volvían aún más prescindibles ya que ni siquiera valía dinero su vida. La sucesiva serie de rebeliones seguidas de nuevos y peores sometimientos es fiel reflejo de la triste historia de nuestro continente, cuya historia parece de a ratos maravillosa, de a ratos épica y de a ratos paródica. La prosa de Carpentier, su barroquización del lenguaje, es exquisita. Una verdadera joya.
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¿Se puede renunciar a todo, incluso a nuestra más profunda vocación, en pos de una utopía? Esa parece ser la pregunta central en torno a la cual se construye esta novela. El narrador, un compositor reconocido pero que ha dedicado los últimos años de su vida a producir música de películas para ganar dinero, acepta embarcarse en el río Orinoco en busca de unos instrumentos antiguos que demuestren una vieja hipótesis suya acerca del origen mágico-mimético de la música. A medida que se interna en la selva venezolana, sin embargo, comienza a notar que el tiempo parece ir hacia atrás: pasa por la edad media, por la antigüedad, hasta finalmente alcanzar el asentamiento de Santa Mónica, de características neolíticas, donde la existencia transcurre de acuerdo a los ritmos y vicisitudes de la naturaleza, donde las catástrofes son predecibles, donde cada ser humano desempeña tareas primordiales y su cuerpo se ha adaptado perfectamente a esas tareas. El hallazgo tiene carácter epifánico: se trata de la vida en su estado más puro, sin la corrupción de los problemas que los hombres han procurado crearse a sí mismos y al mundo a lo largo de siglos de civilización occidental. ¿Pero puede un individuo despojarse de su cultura, de su capacidad creativa, de su visión artística, para vivir una existencia sin problemas existenciales? Y si se regresa a la civilización, ¿se podrá luego volver a hallar el camino a la nueva arcadia? Como todas las novelas de Carpentier, la prosa es maravillosa. Los ritmos que crea en las descripciones de la selva, el río y los seres que la habitan generan imágenes vívidas e inolvidables. Una lectura muy recomendable. + Leer más |
Hace algo de un mes que leí por primera vez a Carpentier y no puedo parar. No sólo me parece fascinante su prosa, su don para el lenguaje, para las descripciones barrocas de la naturaleza desbordada del Caribe, sino también su afán de rescatar las historias no contadas del continente. Así como en El reino de este mundo se narra en profundidad la revolución de Haití, aquí Carpentier nos interna en el poco explorado terreno de la revolución francesa en el Caribe, sus idas y vueltas, su transición de una ráfaga libertaria, a un régimen del Terror hasta llegar a la misma perversión de todos los ideales revolucionarios y la transformación de los jacobinos en terratenientes esclavistas. Ese proceso se encuentra encarnado en la figura de Víctor Hughes, un revolucionario marsellés que realmente existió y se caracterizó, como dice Carpentier, por una acción "firme, sincera, heroica en su primera fase; desalentada, contradictoria, logrera y hasta cínica, en la segunda". Alrededor de su figura giran la de los primos Esteban y Sofía, ambos idealistas, ambos desencantados luego y finalmente redimidos por la búsqueda última de un ideal incorrupto. Un libro imprescindible para conocer la historia de nuestro continente y para reflexionar acerca de los ideales, el fanatismo y la mirada sobre el otro.
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El Reino de Este Mundo es uno de mis libros favoritos y uno que siempre recuerdo con cariño porque lo descubrí durante mi época de universitaria, en mi clase de literatura latinoamericana. Hacía bastantes años que no lo leía pero ha sido de esos libros que me marcaron, y me permitieron adentrarme y conocer un poco más de la literatura del continente. Si bien todas las novelas de Carpentier contienen elementos de su admiración por la región, creo que El Reino… es su declaración de amor a nuestra América. En el extraordinario prólogo –el cual además abre la puerta de la corriente de realismo mágico– Carpentier nos habla de las maravillas que descubrió en su primer viaje a Saint-Domingue (actual Haití), en un pasado delirante que continuaba vivo si bien en ruinas y de los esfuerzos desesperanzados de tantos europeos que por siglos habían querido construir mundos fantásticos desde una racionalidad que los aplastaba. En América y el Caribe tal esfuerzo de la imaginación era innecesario porque lo fantástico, lo irreal, estaba ahí –en las ruinas de un castillo infinito construido por el primer rey negro del Caribe, en el culto a un hombre venido de África y que se convertía en animal, en el primer movimiento de emancipación del continente. Porque, en las palabras del propio autor, ¿…qué es la historia de América toda sino una crónica de lo real-maravilloso? Esta novela nos narra la vida de Ti Noel, esclavo de Monsieur Lenormand de Mezy –Ti Noel es joven, inexperto, quizá como otros esclavos de la época. Como todos, ha aceptado un poco su destino de explotación, si bien no deja de fantasear con algo que pueda cambiar esto –la muerte del amo, la muerte de todos los blancos. En su plantación trabaja junto a Mackandal –figura histórica que efectivamente, sembró una ola de terror entre los colonos de la época– quien habla de sus Dioses y Reyes africanos y en el poder que éstos les concederán para acabar con el yugo del blanco. Escapándose de su plantación, Mackandal, con ayuda de todos los esclavos, comienza a envenenar a los amos y por un tiempo parece imparable. Eventualmente es capturado y condenado a muerte. Para sus seguidores, pudo escapar en el último momento en forma animal de la hoguera, pero para los franceses, murió calcinado. Los años pasan pero el ansia de libertad que despertó en la población no termina. Así, se suceden varios levantamientos, luchas, intentos de reconquista –de los cuales Ti Noel es testigo, tanto desde Saint-Domingo como desde Cuba, en donde reside algunos años. Una vez que su tierra es declarada independiente, decide regresar a terminar sus días ahí. Pero el regreso no es lo esperado ya que se encuentra con una nueva tiranía –la del primer rey de color, Henri Christophe. Emancipado ya desde antes de las acciones de Mackandal, Henri aprovecha las circunstancias y tras la independencia, se declara rey y decide reproducir una corte a la francesa en la isla adoptando el modelo europeo en las costumbres, tendencias, y por desgracia, también de la esclavitud. El rey brutaliza y esclaviza a sus hermanos de sangre y de color. Ti Noel, confundido, observa y se da cuenta de lo contradictorio del ser humano y de los errores a los que la humanidad regresa una y otra vez. Sin embargo, también le resulta evidente que tanta grandeza terrenal, tanto derroche y exhibición al final no es de ningún valor porque el destino inevitable del hombre es la muerte –y muchas veces a este camino se llega en la más completa soledad. El Reino de este Mundo nos presenta un hecho histórico visto desde los ojos de un individuo que vive esta realidad a través de otra perspectiva –la de lo fantástico, lo mágico, en donde viejos espíritus fortalecen al hombre para lograr sobrevivir un mundo a veces cruel y terrible. Y, ¿dónde más sino en América se ha visto esta mezcla de creencias, ideologías y credos? Es por ello que considero que esta novela es la más poética de las obras de Carpentier, ahí donde expresa todo su amor, admiración y fe en el continente. No sólo porque asume, en el ya mencionado prólogo, que aquí lo real y lo imaginario se funden y se ven a cada paso, sino porque las propias descripciones en el libro, si bien algunas veces crueles –cuando Mackandal pierde el brazo, el envenenamiento a todos los blancos, la esclavitud a manos de Henri Christophe– son en su mayoría un tributo a los paisajes, a la naturaleza virgen y rebelde del continente, al artificio construido por los hombres y mujeres que hicieron su vida en esta región. Basta recordar la desilusión de Monsieur de Mezy al marcharse a Francia y darse cuenta que: “…al cabo de pocos meses, una creciente nostalgia de sol, de espacio, de abundancia, de señorío, de negros tumbadas a la orilla de una cañada, le había revelado que ese ‘regreso a Francia’ para el cual había estado trabajando durante largos años, no era ya, para él, la clave de la felicidad. Y después de tanto maldecir a la colonia, de tanto renegar de su clima, de tanto criticar la rudeza de los colonos de cepa aventurera, había regresado a la hacienda…” Esto también se adivina cuando Paulina Bonaparte, acompañando a su marido a la isla para tratar de sofocar la rebelión de los esclavos, hace el viaje de Europa a América. No bien dejan aquellas tierras, Paulina empieza a notar cambios en el paisaje; cambios que anuncian lo nuevo, esa tierra en donde todo será permisible a pesar de las reglas y la opresión. Así, detecta una renovación del mar, que ”…Ahora se ornaba de racimos de uvas amarillas, que derivaban hacia el este; traía agujones como hechos de un cristal verde; medusas semejantes a vejigas azules, que arrastraban largos filamentos encarnados; peces dientusos, de mala espina, y calamares que parecían enredarse en velos de novia de difusas vaguedades”. Carpentier siempre hablará de la belleza de estas regiones a través de la inmensidad, la pureza y la exuberancia de estos paisajes y en estas extraordinarias descripciones, se reitera la seguridad que en estas tierras todo será posible, ciertamente desde lo bueno a lo malo, pero, sobre todo eso que permitirá reencontrarse al hombre consigo mismo, saberse solo pero también capaz de lograr sus deseos y su felicidad. Y esta posibilidad hace también que este continente, su tierra, su gente, sean inolvidables para aquellos que la conocen, siendo ya su recuerdo imborrable para quienes vivieron y respiraron su esencia, ésa de la América maravillosa. + Leer más |
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