Navidad en las montañas de Ignacio Manuel Altamirano
—¡Yo también llevo en el alma un mundo de recuerdos y de penas! ¡Yo también he amado!
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Navidad en las montañas de Ignacio Manuel Altamirano
—¡Yo también llevo en el alma un mundo de recuerdos y de penas! ¡Yo también he amado!
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Navidad en las montañas de Ignacio Manuel Altamirano
La bella y santa idea de la Fraternidad humana en todas sus aplicaciones debe encontrar en el misionero evangélico su más entusiasta propagandista; y así es como este apóstol logrará llevar a los altares de un Dios de paz a un pueblo dócil, regenerado por el trabajo y por la virtud, al campo y al taller, a un pueblo inspirado por la idea religiosa que le ha impuesto, como una ley santa, la ley del trabajo y de la hermandad.
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Navidad en las montañas de Ignacio Manuel Altamirano
El Evangelio no sólo es la Buena Nueva bajo el sentido de la conciencia religiosa y moral, sino también desde el punto de vista del bienestar social.
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Navidad en las montañas de Ignacio Manuel Altamirano
—La religión, señor capitán, la religión me ha servido de mucho para hacer todo esto. Sin mi carácter religioso quizás no habría yo sido escuchado ni comprendido.
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Navidad en las montañas de Ignacio Manuel Altamirano
—Seguramente: yo creo, como todo el que tiene buen sentido, que la buena y sana alimentación es ya un elemento de progreso.
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Navidad en las montañas de Ignacio Manuel Altamirano
—Venga esa mano, señor, Vd. no es un fraile, sino un apóstol de Jesús…. Me ha ensanchado Vd. el corazón; me ha hecho Vd. llorar… Señor, le diré a Vd. francamente y con mi rudeza militar y republicana, yo he detestado desde mi juventud a los frailes y a los clérigos; les he hecho la guerra; la estoy haciendo todavía en favor de la Reforma, porque he creído que eran una peste; pero si todos ellos fuesen como Vd., señor, ¿quién sería el insensato que se atreviese, no digo a esgrimir su espada contra ellos, pero ni aun a dejar de adorarlos?
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Clemencia de Ignacio Manuel Altamirano
A medida que nuestro pueblo va contagiándose con las costumbres extranjeras, el culto del sentimiento disminuye, la adoración del interés aumenta, y los grandes rasgos del corazón, que en otro tiempo eran frecuentes, hoy parecen prodigiosos cuando los vemos una que otra vez.
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El Zarco de Ignacio Manuel Altamirano
Es que Manuela amaba ya a Nicolás y lo amaba con el amor desesperado y violento que lucha con lo imposible
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El Zarco de Ignacio Manuel Altamirano
La noche es para los malhechores favorables, cuando emboscan o emprenden un asalto; pero está llena de terrores y de peligros también para ellos, si descansan en la guarida. Así que su sueño nunca es tranquilo y esta turbado por cada rumor de la arboleada, por cada galope que se oye a lo lejos, por cada silbido del viento, por todo ruido extraño.
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El Zarco de Ignacio Manuel Altamirano
La verdad es, y este fenómeno aparece con frecuencia en el espíritu de la mujer enamorada, que el amante que en las entrevistas nocturnas aparecía siempre lleno de prestigio, ahora había perdido mucho de él. Ahora le veía de cerca, vulgar, grosero, hasta cobarde, puesto que soportaba las insultantes chanzas de sus compañeros que lastimaban hondamente a la mujer que amaba.
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El Zarco de Ignacio Manuel Altamirano
La joven que ama, por ignorante que sea, aunque se la suponga salvaje, es siempre algo poetisa.
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El Zarco de Ignacio Manuel Altamirano
¿Qué no es capaz de soportar una mujer enamorada, con tal de realizar sus propósitos?
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El Zarco de Ignacio Manuel Altamirano
La amaba porque era linda, fresca, gallarda; porque su hermosura atractiva y voluptuosa, su opulencia de formas, su andar lánguido y provocador, sus ojos ardientes y negros, sus labios de granada, su acento armonioso y blando, todo ejercía un imperio terrible sobre sus sentidos, excitados día a día por el insomnio y la obsesión constante de aquella visión. Aquel no era amor, en el sentido elevado de la palabra, era el deseo espoleado por la impaciencia y halagado por la vanidad, porque, efectivamente, el bandido debía creerse afortunado con merecer la preferencia de la mujer más bonita de la comarca.
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El Zarco de Ignacio Manuel Altamirano
Solo que él, la amaba de la única manera que podía amar un hombre encenegado en el crimen, un hombre a quien era extraña toda noción del bien, en cuya alma tenebrosa y pervertida solo tenía cavidad ya los goces de un sensualismo bestial y las infames emociones que pueden producir el robo y la matanza.
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El Zarco de Ignacio Manuel Altamirano
Te hemos enseñado a amar la honradez, no la figura ni el dinero; la figura se acaba con las enfermedades o con la edad, y el dinero va como vino; solo la honradez es un tesoro que nunca se acaba.
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El Zarco de Ignacio Manuel Altamirano
-¡Ojala que ese fuera el único peligro que corrieras, el de quedarte para vestir santos!-
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El Zarco de Ignacio Manuel Altamirano
Además, con la corona de azahares parece que va una a vestirse de muerta. Así entierran a las doncellas
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Navidad en las montañas de Ignacio Manuel Altamirano
El sol se ocultaba ya; las nieblas ascendían del profundo seno de los valles; deteníanse un momento entre los obscuros bosques y las negras gargantas de la cordillera, como un rebaño gigantesco; después avanzaban con rapidez hacia las cumbres; se desprendían majestuosas de las agudas copas de los abetos e iban por último a envolver la soberbia frente de las rocas, titánicos guardianes de la montaña que habían desafiado allí, durante millares de siglos, las tempestades del cielo y las agitaciones de la tierra.
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Navidad en las montañas de Ignacio Manuel Altamirano
La libertad de conciencia podrá ponerse en práctica en los grandes centros populosos y cultos: pero difícilmente, casi nunca, en las pequeñas poblaciones poco civilizadas que constituyen el mayor número de nuestro país.. Y me decía yo esto, porque había visto en centenares de pueblos pequeños y, particularmente en los de indígenas, establecido este culto, que malamente se llama cristiano, de una manera que causaría profundo dolor al mismo Fundador del cristianismo. Pueblos hay en los que las doctrinas evangélicas son absolutamente desconocidas, porque allí no se adora más que a san Nicolás, san Antonio, san Pedro o san Bartolomé, y estos santos eclipsan con su divinidad aun a la misma personalidad de Jesús. El dogma de esos pueblos infelices consiste en la narración fabulosa de los milagros de su ídolo; milagros que, por supuesto, creen obrados por el ídolo mismo, sin intervención de divinidades superiores. Y por eso, nada es más común que ver esas larguísimas caravanas de peregrinos indígenas que, con todo y familia, se dirigen a pueblos lejanos, abandonando los trabajos agrícolas en busca del santo famoso a quien van a dejar el producto de sus miserables trabajos de un año. Abolir estas prácticas; fundar la religión sobre principios más sanos y más útiles, es obra de la instrucción popular; pero, ay, esta obra tiene que ser muy lenta si el Estado ha de realizarla sólo por medio de esos apóstoles, no siempre ilustrados, que se llaman maestros de escuela; porque éstos, muchas veces, por no pugnar con el espíritu del pueblo que los sostiene y con los intereses de los curas, se pliegan a las costumbres viciosas y son, por desgracia, sus eficaces propagadores en la niñez, que será mañana el pueblo heredero de las tradiciones. + Leer más |
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