El Zarco de Ignacio Manuel Altamirano
La amaba porque era linda, fresca, gallarda; porque su hermosura atractiva y voluptuosa, su opulencia de formas, su andar lánguido y provocador, sus ojos ardientes y negros, sus labios de granada, su acento armonioso y blando, todo ejercía un imperio terrible sobre sus sentidos, excitados día a día por el insomnio y la obsesión constante de aquella visión. Aquel no era amor, en el sentido elevado de la palabra, era el deseo espoleado por la impaciencia y halagado por la vanidad, porque, efectivamente, el bandido debía creerse afortunado con merecer la preferencia de la mujer más bonita de la comarca.
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