Quince días en las soledades americanas de
Alexis de Tocqueville
Allí la escala se encuentra totalmente invertida; sumergido en una profunda oscuridad y reducido a sus propias fuerzas, el hombre civilizado avanza a tientas, incapaz de orientarse en el laberinto que atraviesa o de encontrar los medios para sobrevivir. En cambio, es en medio de esas dificultades donde triunfa el salvaje; para él el bosque carece de secretos, se encuentra allí como en su casa y avanza con la cabeza erguida, guiado por un instinto más seguro que la brújula del navegante. En la copa de los árboles más altos, bajo el follaje más espeso, su ojo descubre la presa cerca de la cual el europeo hubiera podido pasar cien veces en vano.