Quince días en las soledades americanas de Alexis de Tocqueville
La casa del emigrante carece de separaciones interiores o de granero. En la única estancia que la forma, la familia entera se recoge al atardecer. Esta morada constituye por sí misma un pequeño mundo. Es el arca de la civilización perdida en medio de un océano de verdor, una suerte de oasis en mitad del desierto. A su alrededor, cien pasos más allá, la selva eterna extiende su sombra y la soledad comienza de nuevo.
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