Mario no tardó en comprender que acabaría sabiendo más cosas de los Montalbano de lo que le hubiera gustado. La llegada del otoño trajo consigo toda clase de rumores sobre los forasteros que se instalarían en la orilla de enfrente. Los vecinos parecían estar de acuerdo en que aquella noticia, sobre todo teniendo en cuenta la supuesta fama de la que gozaban sus productos, caería como una bomba en casa de los Corsini, y tomaron la decisión de dirigirse a Mario y a Andrea en un tono de voz tan susurrante que casi hacía pensar que se había muerto alguien.
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