Te doy mi amor, más preciado que el dinero; te doy mi ser, antes que el sermón o la ley. ¿Me darás tu ser? ¿Harás este viaje conmigo? ¿Estaremos juntos mientras vivamos? |
Te doy mi amor, más preciado que el dinero; te doy mi ser, antes que el sermón o la ley. ¿Me darás tu ser? ¿Harás este viaje conmigo? ¿Estaremos juntos mientras vivamos? |
Esto es, pues, la vida. He aquí lo que ha salido a la superficie después de tantas angustias y convulsiones. |
No os avergoncéis, mujeres: vuestro privilegio abarca a los otros, y es el origen de los otros; vosotros sois las puertas del cuerpo, y también las puertas del alma. |
Oh, tú, al que a menudo me acerco en silencio, allí donde estés, para estar contigo, cuando paso a tu lado, o me siento junto a ti, o me quedo en tu misma habitación, qué poco te imaginas el fuego, eléctrico y sutil, que has desatado en mi interior. |
A veces, me lleno de ira con el que amo, por miedo a profesar un amor no correspondido, pero ahora creo que no hay amor que no sea correspondido: la retribución es segura, de un modo u otro (amé a alguien con ardor, y mi amor no fue correspondido, pero gracias a eso he escrito estos cantos). |
¡Oh, capitán! ¡Mi capitán! Nuestro espantoso viaje ha concluido, El barco ha sorteado todos los escollos, el precio que pedimos lo hemos ganado, El puerto está a la vista, escucho las campanas, todo el mundo se exulta, Mientras que las miradas siguen la firme carena, el valiente y audaz navío. Pero, ¡Oh corazón, corazón! ¡Oh, las sangrientas gotas rojas, Allí sobre el puente donde yace mi capitán, Tendido, helado y muerto. ¡Oh, capitán! ¡Mi capitán! Levántate y escucha las campanas; Levántate; para ti la bandera se ha izado; para ti el clarín resuena...
|
(¡ven, dulce muerte!, ¡déjate persuadir, oh, muerte hermosa!, ¡ven pronto, por piedad!). |
[...] llegaste tú, taciturno, sin nada que ofrecer. Pero nos bastó mirarnos para que, fíjate, me dieras más que todos los regalos del mundo.
|
¡Ciudad orgullosa y apasionada! ¡Ciudad fogosa, enloquecida, extravagante! ¡Levántate, oh, ciudad! No sólo por la paz, sino por lo que eres realmente: belicosa. No tengas miedo: no te sometas a ningún modelo, salvo al tuyo, ¡oh, ciudad! Mírame: ¡encárname como yo te he encarnado! Nunca he rechazado nada de lo que me has ofrecido; a quien tú has adoptado, yo lo he adoptado. Buena o mala, nunca te cuestiono: todo me gusta; nada condeno [...] |
Sigo, paro, con rodillas flexibles y pulso firme vendo las heridas, soy enérgico con todos, las punzadas de dolor son agudas pero inevitables. Uno vuelve a mí sus ojos suplicantes, ¡pobre chico! No sé quién eres, pero creo que, en este momento, no me negaría a morir por ti, si eso pudiera salvarte. |
Marinero en tierra