Una letra femenina azul pálido: 176

Franz Werfel escribió “Una letra femenina azul pálido” en 1941, en plena madurez literaria y personal. Formalmente, esta novela corta es un acierto de voces y elegancia narrativa. Contenida y delicada. Como el vuelo de un diente de león.

Leónidas ha tenido suerte. Gracias a un frac heredado y a sus dotes como bailarín, vive una vida muy diferente a la que, dado su origen modesto, le correspondía. Se ha convertido en el esposo de la joven y aristocrática heredera Amelie Paradini y en un respetado funcionario del ministerio de educación. Estamos en Viena, en 1936, momento convulso de la Europa de entreguerras que Werfel retrata a través de unos personajes egoístas y pretensiosos que, a toda costa, luchan por mantener el orden establecido: ya sea en su esfera más íntima, ya sea a un nivel superior.

La calma de Leónidas se verá truncada al recibir la carta de una antigua amante, Vera. Su primer impulso será destruirla. Lo que no conocemos, no existe. Sin embargo, le puede la curiosidad. Esa carta, una vez leída, hará tambalearse toda la estructura que sostiene la placentera vida del protagonista. Comienzan a fluir sus recuerdos, que deberá enfrentar a su conciencia. Aquello que hizo hace ahora veinte años se dibujará en su mente y borrará todo lo demás. Se sentirá juzgado por todos; y, sobre todo, se juzgará a sí mismo. Volverán los errores del pasado, que le harán plantearse si está preparado para perder todo lo que tiene; o, peor aún, si está donde quiere estar.

Su relación con Amelie le parecerá más fría y distante que nunca. Su trabajo en el ministerio, una impostura. Su vida, en definitiva, deja de pertenecerle. Durante la jornada en la que Leónidas duda, pierde por completo el timón que tan bien había manejado durante todos esos años. Ese fingimiento constante, termina por resquebrajarlo. Su armadura cae con simple soplo, cual diente de león, al descubrir esa letra femenina azul pálido.

Tras abrir la carta, no habrá vuelta atrás. Las semillas, fuertemente guardadas en algún recóndito escondrijo del corazón, volarán, germinarán y, finalmente, florecerán.

Parafraseando una cita de El llano en llamas, de Juan Rulfo, que vuelvo a recomendar desde aquí, la sensación con la que me quedo al terminar esta cortita novela es la de que he caminado mucho más de lo que he andado.

No me ha gustado mucho el estilo con el que está escrito, lo que siempre es algo muy personal, pero el contenido, la estructura, el fondo que encierra la novela, me han parecido soberbios. Toda ella es un monólogo y, por tanto, el relato de un conflicto personal, realmente un doble conflicto personal, al que se enfrenta un personaje burgués (en el peor sentido posible del término), cobarde y ruin al que le queda su poquito de conciencia, la justa y necesaria para la existencia de tales conflictos.

Pero la novela no se queda solo en el relato de una anécdota vital de un personaje antipático y mezquino, sino que retrata de una forma austera, precisa, sutil y perspicaz el clima político que caracterizaba aquella Europa central de entreguerras, lo triste, duro e injusto que puede ser el destino y ciertas actitudes sociales e íntimas que, desgraciadamente, son propias de cualquier época.

Como decía Kafka que deberían ser nuestras lecturas, este es un libro que muerde, que pica.