Viento de otoño

Gabriela sabía que lo que iba a hacer estaba mal. Y sabía que, si la descubrían, el castigo sería terrible. En ese preciso momento, sin embargo, no le importaba.

En ese instante. Duncan deseó que una partida de ingleses entraran en sus tierras y tuviera que salir a defenderlas. No, mejor un batallón. Que diantres, todo el ejército del maldito rey Eduardo podía venir a llamar a sus puertas y él acudiría agradecido, antes que enfrentarse a aquella criatura diabólica que se le estaba metiendo en algún rincón entre el pecho, el alma y la entrepierna.

Desde que el mundo es mundo,
y Dios lo adornó con las Highlands,
los clanes escoceses vivieron en guerra,
y se unieron frente a un enemigo común.
Porque, quién sabe si en un descuido,
Dios también creó Inglaterra.

No dejamos a nadie atrás.

La paciencia era una virtud indispensable en un guerrero.