El mal de Montano

A primera hora de la mañana, el arire estaba tan claro que he podido ver, sin la ayuda de mis prismáticos, la espuma que hacían las olas al romper contra la proa de una barca que navegaba en la distancia. Por primera vez en mucho tiempo, una imagen sólo me ha remitido a esa imagen.

Todo el mundo, exactamente todo el mundo, se siente capaz de escribir una novela sin haber aprendido nunca ni siquiera los instrumentos más rudimentarios del oficio, y sucede también que el vertiginoso aumento de estos escribientes ha terminado por perjudicar gravemente a los lectores, sumidos hoy en día en una notable confusión.

Quizá la literatura sea eso: inventar otra vida que bien pudiera ser la nuestra, inventar un doble.