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Tino Gatagán (Otro)
ISBN : 8466715525
176 páginas
Editorial: Grupo Anaya, S.A. (30/11/-1)

Calificación promedio : 3.5/5 (sobre 1 calificaciones)
Resumen:
Esta selección ofrece una muestra de la mejor narrativa corta española del siglo XX, a través de una serie de autores de muy diversos estilos, pero con un punto en comú su gran calidad literaria. Además de los textos, con anotaciones a pie de página (notas críticas) y al margen (notas léxicas), la edición se completa con una introducción (época, autor, obra), una propuesta didáctica con distintas actividades (de comprensión lectora, análisis de la obra, relaciones c... >Voir plus
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
Joserodher
 10 May 2024
«El tajo» de Francisco Ayala es para mí el mejor de la colección. Forma parte de la colección de relatos «La cabeza del cordero» de 1949 publicado en el exilio bonaerense del autor. Es un cuento largo (de más de una treintena de páginas) lleno de humanidad. Nos cuenta el tajo que metafóricamente aparece en la vida de nuestro protagonista, el teniente Santolalla. Este tajo será el asesinato de un miliciano en un encuentro imprevisto frente a una parra. Como se ve, parte del relato nos traslada al frente de Aragón durante la guerra civil española. Los dos tiros que propina al pobre miliciano son un acto de cobardía, propios del susto del momento, pero le pasan factura. Deja el cadáver abandonado y solo es retirado por los milicianos tras una tregua concertada con los nacionales. La misericordiosa causa de la tregua y la recogida es el insufrible olor del cadáver pudriéndose. Incluye Ayala dos flashbacks interesantes: el de la muerte de su perrita apaleada por compañeros suyos de escuela (le recuerda el olor dulzón del cadáver de su perrita al olor del miliciano abandonado muerto) y la humillación que le inflige un tal Rodríguez. La escena de la visita tras la guerra a la familia del miliciano muerto es de las que dejan huella. Magnífico relato: un clásico.

«La trastienda de los ojos» de Carmen Martín Gaite es también el título una metáfora de la comunicación interpersonal. El personaje del relato es retraído y ensimismado y le molesta participar en las conversaciones, quiere que le dejen en paz. Se da cuenta que es en los ojos, en la mirada donde está la comunicación: «Hasta que un día descubrió que todo el misterio estaba en los ojos. Se escuchaba por los ojos, solamente los ojos le comprometían a uno a seguir escuchando…» Para evitar la interacción con los demás, evita el mirarles y se abstrae. No me ha acabado de convencer.

«El coche nuevo» de Francisco García Pavón forma parte de sus «Cuentos republicanos y es un simpático cuadro de costumbres lleno del buen humor característico del autor de Tomelloso. Nos cuenta el efecto que causa la llegada a la aldea del flamante Ford T del abuelo. Finaliza con una irónica oda al progreso de éste: «Entonces el abuelo habló del progreso de las ciencias, de Blasco Ibáñez, de Don Melquíades Álvarez y de la democracia americana, gracias a la cual se hacían autos, y no en los pueblos «retrospectivos» como España».

En «Pecado de omisión» de Ana María Matute un pobre huérfano tiene que recurrir a su miserable tío que lo saca del colegio (era un estudiante brillante) y lo envía de pastor al monte con un tonto taciturno de compañero. Tras varios años y ver como un antiguo compañero del colegio es ahora un pulido abogado le suben a la cabeza todos los rencores contra su tío y el pecado de omisión del título es castigado con el aplastamiento de su despoblada cabeza con una piedra cuadrada.

«La despedida» de Ignacio Aldecoa es más que un relato un cuadro de costumbres de la dura posguerra española. Nos presenta a un anciano enfermo que sube al tren para ir a la ciudad (supuestamente a operarse) y se despide de su mujer. Los sencillos diálogos superrealistas se combinan con una prosa muy cuidada llena de vocablos difíciles y en desuso.

«Aquella novela» de Medardo Fraile es una irónica reflexión sobre la literatura. Un vulgar obrero que solo ha leído una novela la encuentra el súmmum: «Por un tema cualquiera, Luis recuerda aquella novela que leyó. Creo que no hemos hablado en tres años de nada importante, y hasta no importante, que Luis no recordara haberlo encontrado, más memorable y rico, más vivo, en la novela aquella…Cada vez que, al hacerse una pausa, Luis decía, tratando de meterse en su recuerdo: «Una vez leí yo una novela...», el aire se adensaba, se paraba a escuchar y las mamparas que nos separan del público y huelen a magdalenas, a grasa, a pan candeal, a cesta de higos y, cuando llueve, a veces, no sé por qué, a tinta fresca de imprenta, animaban su ajado color naranja, porque, allí, en aquella novela, estaba lo que nosotros hablábamos, pero mejor, más elevado y picante, con sentido, interés y detalles para no olvidarlo nunca.» El narrador sospecha de varios títulos de novela que podría ser «aquella novela» inolvidable, pero, por desgracia, el tal Luis no recuerda el título. La clave del relato creo que es que la literatura supera a la realidad especialmente porque aquella está llena de sentido y no es caótica. Cada cosa que sucede en la novela lleva a la siguiente y sigue un argumento con sentido. La vida es imprevisible y no tiene sentido. Uno de los más brillantes relatos de la docena antologada.

«Los temores ocultos» de Luis Mateo Díez es un relato metaliterario sobre un escritor de novela negra y su interacción con su personaje que podría llegar a la suplantación. Me ha parecido flojo.

«Un ruido extraño» de Juan Eduardo Zúñiga ambientado en la guerra civil, nos presenta a un miliciano en el Madrid frente populista que entra en un palacete abandonado siguiendo un ruido. Este ruido era provocado por un desgraciado emboscado que «…había ido huyendo hasta el fondo del sótano, en donde había encontrado otros enemigos peores que yo. Una figura pequeña, vacilante, con un abrigo verde, que se contorsionaba. La tenía encañonada, bajo la luz del encendedor y bajo mis ojos. Pero no era una mujer: era un viejo, tenía barba crecida, y un momento en que quedó quieto ante mí y me miró, parpadeando, comprendí que era un hombre joven sin afeitar, con bigote lacio, la piel blanca como la cal y horriblemente delgado. Vi sus facciones finas, sus orejas casi ocultas por el pelo largo, sus ojos hundidos en terribles ojeras, cegados por el ligero resplandor que yo había llevado a aquel sótano. Noté que las ratas se me subían por las botas y trepaban por el pantalón, y pensé que tardaría poco en encontrarme como él, sin poder ahuyentarlas.» La terrible imagen del demacrado emboscado atacado por las ratas escondido en un palacete abandonado huyendo de los amables milicianos es un reflejo fiel de lo que se vivió en ese «largo noviembre de Madrid».

«Los brazos de la i griega» de Antonio Pereira juega con lo fantástico, contando en primera persona un viaje al Nepal que trae reminiscencias de su pueblo y de su infancia al narrador. Concretamente, un lugareño nepalí le recuerda a un personaje (el señor Adolfo de Ambasmestas) que falleció muchos años atrás del tétanos de una herida mal curada en forma de i griega. Sorprendentemente encuentra en el lugareño la misma cicatriz que tenía el fallecido señor Adolfo. ¿Reencarnación budista?.

«El niño lobo del Cine Mari» de José María Merino es un relato que mezcla la fascinación por el cine (recuerda «La rosa púrpura del Cairo» de Woody Allen) con el elemento fantástico del niño que aparece y desaparece dentro de las películas que ve proyectadas en el cine y a quien se encuentra en un cine (el cine Marí del título) cuando estaba siendo derribado. Sugerente y con guiños a otra película de la época: «La guerra de las galaxias».

«Ella acaba con ella» de Juan José Millás nos cuenta cómo una cincuentona hereda la casa de sus padres y acaba destruida por los fantasmas de su infancia y juventud que impregnan la vivienda. Aclaro que los fantasmas son sólo metafóricos. No me convence del todo, aunque la idea de partida era interesante.

«Las luengas mentiras» de Álvaro Pombo responde a su título y nos presenta a un mentiroso compulsivo que empieza con una mentira relativamente piadosa, afirmar que había acabado la carrera de arquitecto aunque le quedaban tres asignaturas, y continua con mentiras cada vez más innecesarias y difíciles de mantener. Este feo hábito, que ahora es muy normal entre nuestros políticos y lo llaman posverdad o cambiar de opinión, arruina su matrimonio. Me recuerda una magnífica película española «La vida de nadie» (Eduard Cortés, 2002) protagonizada por un José Coronado en estado de gracia y que lleva la premisa de este cuento a sus últimas consecuencias.
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