Los primeros fríos, los primeros hielos otoñales habían llegado ya. Las heladas matinales endurecían la tierra bañada antes por la lluvia convirtiéndola en un cristal resbaladizo, peligroso.
Los grupos de árboles, que a últimos de agosto parecían todavía islotes verdes entre los campos negros labrados y los tresnales, se habían convertido en doradas islas de un rojo vivo entre los sembrados de otoño, de verde primerizo. La liebre había casi cambiado el pelo; las zorras jóvenes comenzaban a dispersarse, y los lobos cachorros eran ya más altos que los perros. Era la mejor estación para la caza.