—Mientes. —No puedo mentir. —Te equivocas —dijo Kate, y le dio la espalda—. Hay una clase de mentira que hasta tú puedes decir. ¿Sabes cuál es? —Lo miró a los ojos en las puertas de acero—. La que te dices a ti mismo. |
—Mientes. —No puedo mentir. —Te equivocas —dijo Kate, y le dio la espalda—. Hay una clase de mentira que hasta tú puedes decir. ¿Sabes cuál es? —Lo miró a los ojos en las puertas de acero—. La que te dices a ti mismo. |
No vengas a juzgarme, Kate. Tú te fuiste. Escapaste, y yo me quedé a pelear por esta ciudad, por estas personas. Si no te gusta quien soy ahora, lo siento, pero hice lo que tenía que hacer. Me convertí en lo que este mundo necesitaba que fuera.
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Huir era una costumbre como cualquier otra. Con la práctica, se volvía más fácil. |
La necesidad de retirarse le subió como bilis por la garganta, compitiendo con la necesidad de hablar, de asegurarles que no había motivos para que tuvieran miedo, que él no estaba allí para hacerles daño. Pero los monstruos no podían mentir. |
toda la ciudad una caja de fósforos en espera de alguien que los encienda. |
En la mente de Kate, August Flynn dejaba de pelear, por ella. Se hundía en la oscuridad, por ella. Sacrificaba una parte de sí mismo, su humanidad, su luz, su alma, por ella.
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Había dos clases de monstruos: los que acechaban en las calles y los que vivían en la cabeza de uno. Kate podía combatir a los primeros, pero los otros eran más peligrosos. Siempre, pero siempre, iban un paso por delante.
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Y allí, en Prosperity, Kate había encontrado un propósito, una razón de ser, y ahora, al mirarse en el espejo, no veía a una chica triste, ni solitaria, ni perdida. Veía a una chica que no le temía a la oscuridad. Una chica que cazaba monstruos. Y que lo hacía muy pero muy bien. |
—Algunas cosas se saben sin que se digan
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—Sunai, sunai, ojos de carbón, robame el alma con una canción
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Gregorio Samsa es un ...