Diario de una soledad

¿En qué nos hemos convertido, cuando quitan de en medio a las personas como si fueran escombros, como si una vida entera de trabajo, dignidad y respeto pudiera desecharse a su fin igual que una vieja lata de cerveza?

¿Debe el arte nacer de la tensión? Hace unos meses soñaba escribir una obra llena de felicidad, un libro de poemas surgidos del amor más fructífero, y aquí estoy de nuevo, atormentada por el dolor. Pero quizá eso es un atisbo de salud, no de enfermedad. ¿Quién sabe?

Ese divino descontento, ese desequilibrio, ese estado de tensión interna constituyen la fuente de la energía artística.

Vivo sola, tal vez sin otro motivo que afirmarme como criatura imposible; distinguida por un temperamento que nunca he aprendido a manejar como es debido; capaz de desconcentrarse por una palabra, una mirada, un día lluvioso o una copa de más. Mi necesidad de estar a solas siempre está en contrapunto con el miedo a todo aquello que sucederá si de repente, una vez adentrada en el enorme y vacío silencio, no puedo encontrar apoyo alguno.

Por primera vez en varias semanas, estoy aquí solo para retomar mi vida "real". Eso es lo extraño: que ni los amigos, ni siquiera los amores apasionados, son mi vida real, a menos que disponga de un tiempo a solas para explorar y descubrir cuando está ocurriendo, o cuanto ya ha ocurrido. La vida sería muy árida sin esas interrupciones que nos nutren y enloquecen, pero solo soy capaz de degustarlos por entero cuando estoy aquí sola, y la casa y yo reanudamos nuestras antiguas conversaciones.