—Es preciso que soporte dos o tres orugas si quiero conocer a las mariposas. ¡Parece que son tan lindas! Si no, ¿quién habrá de visitarme? Tú estarás lejos. En cuanto a los animales grandes, no les temo. Tengo mis garras.
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—Es preciso que soporte dos o tres orugas si quiero conocer a las mariposas. ¡Parece que son tan lindas! Si no, ¿quién habrá de visitarme? Tú estarás lejos. En cuanto a los animales grandes, no les temo. Tengo mis garras.
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—¡Las flores son tan contradictorias! Pero yo era demasiado joven para saber amarla.
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—Si alguien ama a una flor de la que no existe más que un ejemplar entre los millones y millones de estrellas, es bastante para que sea feliz cuando mira a las estrellas. Se dice: “Mi flor está allí, en alguna parte…” Y si el cordero come la flor, para él es como si, bruscamente, todas las estrellas se apagarán. Y esto, ¿no es importante?
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—¡Hablas como las personas mayores! […] —¡Confundes todo!… ¡Mezclas todo!
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Todo me hacía temer el peor final.
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—¿Sabes?… Cuando uno está muy triste, ama mucho las puestas de sol.
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Es triste olvidar a un amigo. No todo el mundo tiene uno.
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Querer un cordero es prueba de que existe.
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Las personas mayores aman las cifras. Cuando les habláis de un nuevo amigo, no os interrogan jamás sobre lo esencial. Jamás os dicen: “¿Cómo es el timbre de su voz? ¿Cuáles son los juegos que prefiere? ¿Colecciona mariposas?” En cambio, os preguntan: “¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos tiene? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?” Sólo entonces creen conocerle. Si decís a las personas mayores: “He visto una hermosa casa de ladrillos rojos con geranios en las ventanas y palomas en el techo…”, no acertarán a imaginarse la casa. Es necesario decirles: “He visto una casa de cien mil francos”. Entonces exclaman: “¡Qué hermosa es!”
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—Si uno va hacia adelante, no puede llegar muy lejos.
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¿Cuál es la profesión del narrador que encuentra el Principito en el desierto?