Era una fuerza de la naturaleza, como los truenos de la tormenta de nieve. Te impactaba cuando le daba la gana, dependiendo de diferencias de temperatura y patrones de tormentas que a mí me eran imposibles de predecir. Sacudía mis cimientos con fuerza, pero a la vez de una forma extrañamente suave y contenida, bajo un velo de ventisca. Yo no podía atribuirle ningún motivo. Simplemente hacía lo que quería. Al menos, eso es lo que me parecía.
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