Aquel curso me enseñó muchas cosas, pero, sobre todo, aprendí la lección de que la verdadera amistad no conoce de colores ni de política. O no debería, al menos.
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Aquel curso me enseñó muchas cosas, pero, sobre todo, aprendí la lección de que la verdadera amistad no conoce de colores ni de política. O no debería, al menos.
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Bueno, en mi opinión, el amor romántico tiene matices grotescos acentuados por novelas románticas y películas. Pero si hablamos de un amor sincero, saludable, compensado..., diría que uno lo sabe cuando es mejor con la persona a la que cree amar. Cuando aprende y lo anima a ser la versión que más le gusta de sí mismo. Y debe ser recíproco, por supuesto. Lo sabe también cuando una conversación es el obsequio más preciado del día y una sonrisa, el combustible para no perder el juicio. Cuando, de sentirse el ser humano más peculiar y solitario del universo, pasa a saberse acompañado y comprendido en medio de la locura. Cuando las palabras se quedan cortas si existen miradas o caricias. Cuando la sola idea de compartir le produce ese hormiguero que algunos llaman felicidad.
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Verá, señorita Eccleston. Al miedo lo alimenta la ignorancia. Si lo analiza, lo que más nos aterra es aquello de lo que menos información tenemos. No sabemos cómo enfrentarnos a ello, cómo se comporta. Es la ausencia de datos lo que nos condena al terror.
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A menudo he reflexionado sobre el modo en el que se conoce una ciudad. Si vamos de visita, solo veremos su cara amable, su aspecto un día de sol o un día de lluvia. Admiraremos sus edificios ilustres, las estatuas de sus notables y los restos de las civilizaciones que fueron población antes que nosotros. Pero cuando la ciudad te maltrata es cuando realmente llegas a ser uno de sus habitantes. Cuando te dice «no», cuando es escenario de tus penas, cuando es decoración de tus glorias, cuando te expulsa antes de tiempo, cuando te retiene aun si lo que deseas es volar.
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Pero no puedo criminalizar a todo mi país por pensar distinto a mí. Tampoco vitorearlos porque compartamos opinión. Es decir, no conozco a la mayoría de la gente que lo conforma. Mi gente son mis amigos, mi verdadera familia. Debemos sentirnos orgullosos de lo que nuestra cultura nos regala, pero no debemos caer en la tentación de pensar que estamos por encima de otros países, de otros seres humanos. Al fin y al cabo, todos cometemos errores.
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No intente llenar su vida con los retazos de la mía, señorita Eccleston. El pasado se enquista y no deja brotar al presente.
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El hogar es un espacio simbólico con coordenadas geofráficas y físicas. Es ese rincón al que siempre volvemos, en el que almacenamos recuerdos de las diferentes etapas que hemos vivido. Es donde habitan nuestros logros y nuestros fantasmas. Es donde nos reunimos con quienes amamos, donde censuramos a los que detestamos. Es, probablemente, el único lugar en el que somos nosotros mismos; cuatro paredes que conocen lo mejor y lo peor de nuestra alma corrupta.
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Los maestros le van a dar las herramientas, nunca la solución. Usted debe aprender a utilizarlas para ser capaz de oír en el transistor lo que están diciendo, no lo que quieren que usted crea que están diciendo. ¿Me entiende?
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(...) hay veces en las que es mejor pedir perdón que permiso.
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Tengo que convertirme en mi madre, ser la madre de otras personas que pensarán como yo para, después llegar a la inevitable conclusión de que el tiempo pasa para todos.
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¿Quién es el autor/la autora de Episodios Nacionales?