La casa de las magnolias

Al fin y al cabo, todos debemos proteger y mantener siempre presentes nuestras raíces, ¿no le parece?

No podía comprender que hubiese irrumpido en mi habitación solo para preguntarme aquello cuando yo me debatía entre una borrosa realidad y el dolor más profundo que nunca había vivido.

Dentro de su honda tristeza estaba esforzándose para que yo no me hundiera. Trataba de rescatarme, recordándome con su vigorosidad que la vida debía continuar.

Sin embargo, Léonard abría mi mente. A diferencia de mi hogar, el suyo no tenía cuatro paredes y un tejado, sino que parecía inabarcable, inmenso. Se movía por la naturaleza como si toda ella fuese su hogar.

Con respecto a lo que hemos hablado, si sientes que necesitas encontrar respuestas, adelante, sabes que te voy a apoyar, pero recuerda que hay cosas que es mejor que permanezcan en el pasado.

Pero siempre he creído que compartir con alguien la carga que uno lleva dentro la alivia enormemente. Al fin y al cabo si nunca lo compartes, el punto de vista que tienes tan solo será el tuyo y es posible que este no sea el mejor.

Supongo que en el fondo todos tenemos una parte de nosotros escondida que salvaguardamos como podemos porque no queremos, o tememos, que salga a la luz. O lo que es peor, nos asusta que nos termine venciendo. Como si en una batalla feroz dentro de uno mismo se enfrentase la luz a la oscuridad, supongo que esa es la lucha interna de cada uno.

Si acaso alguna vez dudas, abre este espejo y mírate en él. Me verás detrás, tal y como estamos ahora, y entonces podrás verte a través de mis propios ojos. Y, créeme, veo a una mujer maravillosa.

—¿Lo ves, Aurora? De eso es sobre lo que tratan algunos de los libros que me ves leer. Te trasladan a otros lugares sin necesidad de ir, incluso a otras épocas a las que ya no es posible retroceder si no fuera por ellos.

Como si lo hubiéramos invitado a ocupar la tercera silla sobrante de la mesa, se instala entre nosotros un inesperado silencio.