Trueno, ¿es que a ti también te ha abandonado mi Zeus que reúne las nubes? ¿Quién se ha apoderado otra vez de ti y ha dejado desnudo a su poseedor?
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Trueno, ¿es que a ti también te ha abandonado mi Zeus que reúne las nubes? ¿Quién se ha apoderado otra vez de ti y ha dejado desnudo a su poseedor?
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Búscame otro esposo en el cielo, Hera. Sí, otro, porque Sémele te arrebató el tuyo. En virtud de aquel lecho él tomó a cambio el suelo nupcial de Tebas, la de siete puertas, y renunció al cielo de siete zonas. En lugar tuyo se regocija teniendo entre sus brazos a su esposa terrenal que ya espera un niño.
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Dado que ella portaba la pesada carga de un hijo concebido por un dios, si en algún momento un viejo pastor hacía sonar una siringa y llegaba a sus oídos la melodía a través del vecino Eco, que ama la vida de los campos, entonces ella, ligera de ropas, se movía por su habitación con frenético ritmo.
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Abandonó luego el cielo y se ubicó cerca de la orilla que acompaña al río, para examinar detenidamente las proporciones del cuerpo desnudo de la muchacha de hermosos cabellos. Pues deseaba vivamente no ver desde lejos, sino que le apetecía observar desde cerca todo el cuerpo completamente blanco de la joven.
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La muchacha, temblando, saltó de su lecho y estremeció a su padre con el relato del lucífero vapor de sus frondosos sueños. Y mientras oía a Sémele, el rey Cadmo quedó perplejo ante la historia de la planta herida por el rayo. Inmediatamente llamó a Tiresias, el inspirado hijo de Clarico y le contó, al rayar el alba, los sueños de su hija tizanados por el fuego.
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Pues la vengadora cólera de Hera implacable invocó a los Titanes. Ellos, tras untarse los engañosos círculos del rostro con engañoso yeso, lo mataron con un cuchillo del Tártaro, justo cuando él observaba su figura reflejada en un espejo.
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Así, a causa de estos himeneos de dragón, el vientre de Perséfone se hinchó de fecunda progenie; y dio a luz a Zagreo, un vástago cornudo. Él, por sí solo, subió sobre el celeste trono de Zeus; y con su pequeña mano blandió el relámpago; y recién nacido levantó con tiernas manos los rayos.
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Sus perros no reconocieron ya más a su antiguo amo que había cambiado de naturaleza. La cruel arquera en su resentimiento los enloqueció con un inapelable signo de su cabeza; y en este rabioso desvarío, presos de un furioso aire, ellos aguzaron la doble fila de sus parejos dientes asesinos de cervatillos.
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Nunca se le escapó el oso montañés ni tampoco se aterrorizó ante la funesta mirada de una leona con sus crías recién paridas. Muchas veces al ver cómo una pantera se lanzaba sobre él con un salto desde lo alto, la apresaba contra el suelo.
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Hefesto colocó sobre la cabeza de Harmonía una corona enaltecida con adornos de multicolores piedras y ciñó sobre sus sienes una banda de oro. Hera, la del dorado trono, procuró un trono construido con piedras preciosas, con lo que deseaba agradar a Ares. La muy astuta Afrodita ajustó al enrojecido cuello de la joven mujer un dorado collar cuyas gemas artísticamente trabajadas resplandecían con brillo.
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Es un poema épico griego compuesto por 24 cantos, atribuido al poeta griego Homero. Narra la vuelta a casa, tras la guerra de Troya, del héroe griego Ulises