Todo lo que ocurre cuando tiene importancia, es contradictorio por naturaleza. Hasta que no apareció aquella para la que escribo esto, pensaba que las soluciones para todas las cosas se encontraban en algún lugar exterior, en la vida, como se suele decir. Cuando la conocí, pensé que estaba aprehendiendo la vida, aprehendiendo algo en que podría hincar el diente. En lugar de eso, la vida se me escapó de las manos completamente. Extendí los brazos en busca de algo a que apegarme...y no encontré nada. Pero, al hacerlo, con el esfuerzo por aferrarme, por apegarme, a pesar de haber quedado desamparado, descubrí algo que no había buscado: a mí mismo. Descubrí que lo que había deseado toda mi vida no era vivir -si se llama vida a lo que otros hacen-, sino expresarme. Comprendí que nunca había sentido el menor interés por vivir, sino solo por lo que ahora estoy haciendo, algo que es paralelo a la vida, pertenece a ella al mismo tiempo, y la sobrepasa. Lo verdadero me interesa poco o nada, y tampoco lo real siquiera; solo me interesa lo que imagino ser, lo que había asfixiado día a día para vivir. Que muera hoy o mañana carece de importancia para mí, nunca la ha tenido, pero que ni siquiera hoy, tras años de esfuerzo, pueda decir lo que pienso y siento...eso sí me preocupa, me irrita.
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