El Hugonote: Una crónica del reinado de Carlos ix

Antes de un cuarto de hora, Mergy averiguó el nombre de los amantes de casi todas las damas de la corte y el número de los duelos que la belleza de éstas había motivado. Se dio cuenta de que la reputación de una dama era proporcional con los muertos que produjeran sus encantos

La casualidad devolvió a la naturaleza todos sus derechos

Lo más curioso del caso - añadió Mila - fue que al mismo tiempo, muy lejos de Hameln, en Transilvania, aparecieron algunos muchachos que hablaban muy bien el alemán y que no sabían decir de dónde venían. Ya mayorcitos se casaron en aquel país, enseñaron a sus hijos el alemán, y desde entonces se habla nuestra lengua en Transilvania

Entonces el forastero sacó una flauta de bronce, y colocándose en la plaza del Mercado, delante de la iglesia, pero dándole la espalda, comenzó a tocar un aire musical rarísimo que no conocía ningún flautista de Alemania

Un hombre alto y moreno, que toca la flauta, y unos niños que corren detrás de él

¡Qué bien nos portamos con las religiosas del convento! Doscientos arcabuceros de a caballo encerrados con cien religiosas

Las crueldades de un partido autorizaban toda clase de represalias, y los odios de religión ahogaban los sentimientos de solidaridad nacional

La estatua, desmochada en veinte sitios por las balas, era una muestra del celo de los soldados hugonotes para destruir lo que ellos llamaban "imágenes paganas". Mientras que el devoto católico se quitaba respetuosamente su sombrero, al pasar delante de la estatua, el caballero protestante se creía obligado a lanzar un arcabuzazo, y si acertaba en la puntería, llegaba a suponer que había aniquilado la bestia de la Apocalipsis y destruido la idolatría

Mas cuando se desencadenan los furores populares, no se satisfacen éstos con un poco de sangre. Hubo sesenta mil víctimas. La monarquía no tuvo más remedio que dejarse arrastrar por el torrente. Carlos IX renovó sus órdenes de clemencia y pronto dio otras para extender los asesinatos a toda Francia.

El pueblo de París era en aquella época horriblemente fanático. Los burgueses, organizados militarmente, formaban una especie de guardia nacional, dispuesta a tomar las armas al primera llamamiento