Con cuidado, para que Emily no se despertara, se deslizó en la cama. A la luz de la luna contempló por última vez a su mujer. Sus manos buscaron la carne inmediata y la pena igualó al deseo en la inmensa complejidad del amor.
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Con cuidado, para que Emily no se despertara, se deslizó en la cama. A la luz de la luna contempló por última vez a su mujer. Sus manos buscaron la carne inmediata y la pena igualó al deseo en la inmensa complejidad del amor.
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Cuando se ha vivido alguna vez con otra persona, es un tormento tener que vivir solos. El silencio de una habitación donde arde el fuego, cuando de pronto se para el tictac del reloj; las sombras obsesionantes de una casa vacía... es preferible caer en manos de nuestro peor enemigo que enfrentarnos con el terror de vivir a solas.
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Por las noches, cuando volvían de su casa, se quedaban mirando a los niños como preguntándose de dónde habían podido salir. Si los niños lloraban, les pegaban, y lo primero que aprendieron aquellas criaturas en este mundo fue a buscar el rincón más oscuro de la casa para esconderse bien.
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Sí, el pueblo es lúgubre. En las tardes de agosto la calle está vacía, blanca de polvo. Allá arriba el cielo es brillante como cristal. Nada se mueve. No se oyen voces de niños, sólo el zumbido del molino. Los duraznos parecen que se tuercen más cada verano, sus hojas son de un gris apagado y de una levedad enfermiza.
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La vida llegaba a convertirse en una larga y turbia disputa, por conseguir lo necesario para mantenerse vivos. Lo más desconcertante es que todas las cosas útiles tienen un precio y se compran sólo con dinero, y que así es como está organizado el mundo.
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Pero los corazones de los niños son unos órganos delicados. Una dura entrada en la vida puede dejarlos deformados de mil extrañas maneras. El corazón herido de un niño se encoge a veces de tal forma que se queda ya para siempre duro y áspero como el hueso de un durazno. O, al contrario, es un corazón que se ulcera y se hincha hasta volverse una carga penosa dentro del cuerpo, y cualquier roce lo oprime y lo hiere.
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El espíritu de un café es algo muy diferente. Todos, hasta los más ricos y los más vulgares, saben que en un café hay que portarse con educación y no se puede ofender a nadie; que los pobres, aunque paguen, miran a su alrededor con agradecimiento, pinchan los arenques con delicadeza y modestia, ya que el ambiente de un verdadero café tiene que reunir estas cualidades: compañerismo, satisfacción del estómago, y cierta alegría y gracia de modales.
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Cayó la noche. La lluvia de aquella tarde había refrescado el aire, y el crepúsculo era húmedo y frío como en invierno; no había estrellas, y caía una llovizna constante y helada.
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Ya es cosa sabida que si se escribe un mensaje con zumo de limón en una hoja de papel, no queda rastro de la escritura; pero si se expone el papel al fuego, las letras se vuelven de un color castaño y se puede leer lo escrito. Imaginemos que el whisky es el fuego y que el mensaje está oculto en el alma de un hombre; entonces se comprenderá el valor del licor de Miss Amelia.
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La figura que se acercaba estaba todavía demasiado lejos para ser percibida con claridad. La luna formaba unas sombras delicadas bajo los melocotoneros en flor, a lo largo del camino. Se mezclaban en el aire el aroma dulce de las flores y de las hierbas de primavera y el olor caliente, acre, de las ciénegas.
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Gregorio Samsa es un ...