Gritó cuando su cuerpo sufrió una violenta sacudida. Se le cayó el anillo de las manos y oyó que rebotaba sobre la moqueta, muy abajo. Tenía la impresión de encontrarse herida, perdida en una inmensa caverna. No podía percibir las paredes ni el techo; mirara donde mirara, sólo veía oscuridad. Intentó abrir los ojos, pero no pudo. La oscuridad le invadía la mente, borrando su conciencia. El poder, pensó. Querido Dios, el poder. Empezó a deslizarse por un foso gigantesco, descendiendo hacia una oscuridad mucho más negra de lo que creía posible. Intentó detenerse, pero no pudo. La sensación era física: su cuerpo se deslizaba por unas paredes que eran lo bastante adherentes como para impedir que cayera, pero no lo bastante como para detener su inexorable descenso hacia las tinieblas. La oscuridad que le esperaba tenía carácter, personalidad. Es él, pensó. Está esperándome. Oh, Dios. ¡Está esperándome! |