Hasta ahora Sophie le tenía miedo a su vida. Pero no calibraba cuánto espanto podía estar oculto entre los oscuros bastidores de su existencia.
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Hasta ahora Sophie le tenía miedo a su vida. Pero no calibraba cuánto espanto podía estar oculto entre los oscuros bastidores de su existencia.
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-La inteligencia tiene ciertas limitaciones. La locura, casi ninguna-
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Se mueve sin memoria, maquinalmente, con la mente vacía, sin ser consciente de nada. Así es como ocurrió todo. Por eso salió huyendo.
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En su vida, el llanto no es nada excepcional: las lágrimas la acompañan todas las noches desde que está loca.
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Una leve felicidad social planea un instante sobre el mundo; la ocasión es un trámite, pero las alegrías son sinceras.
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Es como una anestesia. Hay algo que la impulsa a actuar, tiene la sensación de estar acurrucada en lo más hondo del envoltorio de su cuerpo, como en un caballo de Troya. El caballo actúa sin contar con ella, él sabe lo que tiene que hacer. Y ella sólo debe esperar tapándose muy fuerte los oídos con las manos.
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Cuando de la angustia más profunda emerge la tenue pero firme certeza de que todo lo que pasa no es tan real, de que más allá del miedo hay una protección, ahí, en alguna parte, de que algo desconocido nos protege.
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Los latidos de su corazón lo llenan todo.
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Con qué facilidad una vida normal puede desequilibrarse, en un segundo hacia la locura, hacia la muerte.
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Ella lo mira con ojos nuevos, pero tanto si la mirada es vieja o nueva, no se puede decir más que una cosa: es un hombre bastante feo.
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Es un cuerpo creado a partir de la unión de distintas partes de cadáveres diseccionados, escrito por Mary Shelley a partir del reto literario de Lord Byron.